Este fin de semana lo tenía complicado; mi madre quería ir a las fiestas del pueblo y mi mujer a las del pueblo de una de sus amigas.
Entre la espada y la pared, conseguí zafarme, mandé a cada una a una punta del país y yo me quedé sólo en casa con la excusa de un trabajo que tenía que terminar.
En realidad lo que necesitaba era descansar; el sábado sí que me levanté algo más tarde, no mucho, a eso de las 10 de la mañana, pero por la noche me fui a dormir pronto y el domingo a las 8 estaba despierto y sin sueño. Hoy a las 6 de la mañana estaba fresco y listo para levantarme.
Cuando vino mi mujer me preguntó que si la había echado de menos; me di cuenta de que me encanta tenerla a mi lado, pero que conforme estuve de ocupado durante el día y que las noches las reservaba para dormir, la verdad es que no la extrañé mucho. Mi madre al regresar me preguntó si me había apañado bien sin una madre a mi lado; me di cuenta de que para nada eché en falta sus guisos y sus cuidados.
Creo que no les gustó cuando les dije que esto teníamos que repetirlo, a poder ser cada fin de semana.
Supongo que, con algo de antelación, estoy entrando por la puerta de la placentera, tranquila y asexuada vida del hombre maduro.
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