Ésta era una frase que decía una de las actrices en nuestra última obra de teatro.
Se podría decir más: Nadie sabe lo duro que es encargarse de una criatura
(superdotada o no) hasta que no le toca.
Y más aún si la criatura tiene 80 años.
A quien Dios no da hijos, el diablo le da sobrinos. Y en mi caso, además de sobrinos,
padres a los que cuidar.
Es triste, pero con el paso de los años nos reconvertimos en niños, volviendo a
ser totalmente dependientes de alguien; en el mejor de los casos, de los hijos.
La única diferencia es que con el paso de los meses ves cómo los niños van
aprendiendo cosas y volviéndose cada vez más independientes y que con el
paso de los días ves cómo los ancianos van olvidando cosas y volviéndose
cada vez más frágiles.
Eso, aunque pequeña, es una auténtica tragedia.
Y lo peor de todo es que nadie nos ha preparado para este retroceso, ni a los
ancianos, ni a los cuidadores. Y lo que tendría que ser una experiencia maravillosa,
semejante a la de cuidar un bebé, se transforma en algo que no es bueno ni para
unos, ni para otros.
Pero que no falte el humor.
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