IV
Hasta el kilómetro 30 el grupo te va llevando. A partir de ahí, con 3 horas de carrera encima y la previsión de casi otras tantas por delante, lo único que haces es sufrir.
Por el PK-31 volví a encontrar a Isabel, que, chica lista ella, me había adelantado en Metro. De Fernando, ni rastro.
Fue un saludo efímero, pero que te carga las pilas. No lo dudéis, haced el esfuerzo de seguir a los vuestros que corran; se agradece y mucho.
Si de antes apenas recuerdo nada, a partir de ahí recuerdo menos. Sé que las piernas iban dejando de responder y tenía que compaginar tramos andando y tramos corriendo ( corriendo de aquella manera ).
Empecé con el globo de las 4 horas y hacia el PK-33 me superó el de las 4 y media.
Y más o menos a esa altura me tuvo que superar Fernando, porque luego me lo encontré por el 35. No es que me recuperase y le diese caza, es que Isabel lo localizó desde la banda y decidió esperarme.
Maldito amigo. Me esperó y tiró de mí. Eso que en principio es loable, cuando lo único que deseas es que venga alguien y te remate, eso deja de ser tan de agradecer y pasa a ser un suplicio. Sabes que no puedes cortarle el ritmo, así que tiras con las pocas fuerzas que te quedan, sabiendo que estás en el límite.
Y en el límite estaba una chica que lo sobrepasó y tuvo que ser atendida por una UVI en el PK-36: parada cardíaca.
Fernando no me dejaba que me quedara descolgado, me esperaba, me esperaba y me esperaba. Como podía, intentaba coger ritmo para no cortarlo mucho. Pero no era bueno ni para él, ni, por supuesto, para mí.
Como pude, conseguí camuflarme entre un grupo y, pensando que me había perdido, continuó. Estas paradas le pasaron factura unos kilómetros más adelante. Al igual que a mí, que estos últimos kilómetros me trajeron por la calle de la amargura, o más bien, por la calle de los calambres.
El punto crítico fue cuando las abuelas se cruzaron y sentí que la pierna se ha convertía en madera. Tardé minutos en recuperar la movilidad.
Sólo volví a acelerar el paso cuando llegábamos a cruces y notabas el aliento de la gente animando. Gente anónima que animaba a desconocidos. Sí, eso es lo único que a esas altura te hace seguir.
El trote cochino había dejado paso a movimientos espasmódicos. Afortunadamente los espasmos me llevaban hacia delante, aunque perfectamente podían haberme hecho desandar lo andado.
Por el PK-31 volví a encontrar a Isabel, que, chica lista ella, me había adelantado en Metro. De Fernando, ni rastro.
Fue un saludo efímero, pero que te carga las pilas. No lo dudéis, haced el esfuerzo de seguir a los vuestros que corran; se agradece y mucho.
Si de antes apenas recuerdo nada, a partir de ahí recuerdo menos. Sé que las piernas iban dejando de responder y tenía que compaginar tramos andando y tramos corriendo ( corriendo de aquella manera ).
Empecé con el globo de las 4 horas y hacia el PK-33 me superó el de las 4 y media.
Y más o menos a esa altura me tuvo que superar Fernando, porque luego me lo encontré por el 35. No es que me recuperase y le diese caza, es que Isabel lo localizó desde la banda y decidió esperarme.
Maldito amigo. Me esperó y tiró de mí. Eso que en principio es loable, cuando lo único que deseas es que venga alguien y te remate, eso deja de ser tan de agradecer y pasa a ser un suplicio. Sabes que no puedes cortarle el ritmo, así que tiras con las pocas fuerzas que te quedan, sabiendo que estás en el límite.
Y en el límite estaba una chica que lo sobrepasó y tuvo que ser atendida por una UVI en el PK-36: parada cardíaca.
Fernando no me dejaba que me quedara descolgado, me esperaba, me esperaba y me esperaba. Como podía, intentaba coger ritmo para no cortarlo mucho. Pero no era bueno ni para él, ni, por supuesto, para mí.
Como pude, conseguí camuflarme entre un grupo y, pensando que me había perdido, continuó. Estas paradas le pasaron factura unos kilómetros más adelante. Al igual que a mí, que estos últimos kilómetros me trajeron por la calle de la amargura, o más bien, por la calle de los calambres.
El punto crítico fue cuando las abuelas se cruzaron y sentí que la pierna se ha convertía en madera. Tardé minutos en recuperar la movilidad.
Sólo volví a acelerar el paso cuando llegábamos a cruces y notabas el aliento de la gente animando. Gente anónima que animaba a desconocidos. Sí, eso es lo único que a esas altura te hace seguir.
El trote cochino había dejado paso a movimientos espasmódicos. Afortunadamente los espasmos me llevaban hacia delante, aunque perfectamente podían haberme hecho desandar lo andado.
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