El domingo estuvimos en una subasta solidaria; realmente fue comida solidaria, en la que cada uno ponía algo de comida y pagaba una cantidad a un fondo general, seguida subasta solidaria, en la que cada uno llevaba cosas para subastar al mejor postor.
Esa era la idea, porque al final sólo algunos llevaron algo de comida y no se cobró ninguna cantidad por comer; en cuanto a la subasta, que a todas luces era ilegal, por muy buenas intenciones que tuviera, fue con mucho lo más útil de la jornada: sirvió para que la gente se librase de trastos inútiles que siempre terminan dando vueltas de un sitio para otro sin encontrarles utilidad. Por el contrario, tuvo algunos resultados nocivos, ya que en primer lugar sacó un espíritu consumista enfermizo que nos hizo adquirir artículos que nunca en nuestra vida utilizaremos, arrastramos a unas inocentes niñas a la ludopatía hasta el punto de hacerse ellas con el martillo de la subasta y, por ende, con el control del cotarro y por último volver a llenar nuestras casas con trastos inútiles, a la espera de una próxima subasta en la que nos podamos deshacer vilmente de ellos. En fin, en un momento conseguimos unos 300 euros que ayudaran a muchas personas, empezando por nosotros mismos, que con una mínima aportación conseguimos tranquilizar nuestras ya de por sí tranquilas conciencias, al menos hasta la próxima subasta.
El único objeto útil, una jaula para meter el móvil o las chocolatinas y así dificultar el acceso a su consumo, fue unos de los varios objetos que no encontraron salida; en fin, ya estoy preparando mi cartera para adquirirlo en la próxima subasta que será antes de Navidades, para adquirir los regalos comprometidos para esas fechas, o la siguiente después de Navidades, para deshacernos de esos regalos inútiles que alguien ha considerado que no sabe cómo hemos podido vivir sin ellos hasta ahora.