Las peores negociaciones de mi vida han tenido lugar en el campo de batalla de casa. Y normalmente han sido por nimiedades.
Cuando estás en una reunión con el director general de una multinacional sabes que si has llegado hasta allí es porque tu producto es bueno y él lo sabe, por lo que la negociación tiene sentido. En casa es distinto, eres consciente de que no hay verdades absolutas y de que aunque tengas el 99.9% de los argumentos a tu favor, el 0.1% restante hará que fracases.
Dejé de discutir con mi mujer por el papel higiénico del cuarto de baño cuando mis hijas fueron adolescentes; yo utilizo normalmente un pequeño aseo que hay en el exterior de la casa, pero por h o por b la culpa de que en el baño principal el papel no se repusiese no era de ellas, por lo que tenía que ser mía, supongo. Una discusión enlazaba con otra, y al final terminábamos ellas enfurruñadas y yo cubierto hasta el cuello de lo que el papel tenía que haber limpiado.
Decidí aplicar las técnicas de negociación que había aprendido, un MBA debía servir para algo, y empecé por introducir las nuevas tecnologías: ahora hay un teléfono en el baño principal para que avisen cuando el papel está agotado.
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