Este fin de semana me he visto envuelto en varios de lo que a mi entender han sido timos; mejor dicho, los he sufrido. No sé si jurídicamente es el término correcto, pero como en mi fuero interno me siento timado, por eso los he llamado así.
De por mí, soy ingenuo, por lo que con el tiempo he aprendido a estar expectante ante posibles encerronas; aún así, no puedo evitar caer en algunas.
La primera fue el sábado; mi madre necesitaba ir a la peluquería a cortarse su menguado pelo y la acompañé. Para que no tuviera que dejar abandonada su cartera en la chaqueta, la dejó en casa y dije que ya llevaba yo dinero. Mi mujer, sabiendo lo desastre que soy, me dijo que si estaba seguro, porque sabe que soy de los que piensa que más de 5 euros por cortar el pelo es mucho. Pero sí, lo estaba; soy consciente de las cantidades ingentes que se gastan las mujeres en peluquería, salones de belleza y demás, por eso llevaba 20 euros.
Cuando llegamos a la Guiseppe Galli en cuestión, nos atendió una chica en la puerta e inmediatamente mi madre estaba sentada entre un gigantesco espejo y un mulato que me miraba más a mí que a su pelo. Le pregunté que cuánto iban a tardar y me dijo que una media hora, por lo que aproveché para volver a casa y tender la ropa de la lavadora. Al volver, mi madre ya me estaba esperando, al igual que la chica que iba a cobrarnos. 19,40 euros. Tuve la sensación de no haber oído bien, como cuando estás en el extranjero y dudas si te han dicho 9 o 19. Pero sí, me confirmó que por lo que le habían hecho cobraban 19,40 euros, y eso que se acababa de duchar y no necesitó que le lavasen el pelo.
Reconozco mi ignorancia en estos temas, incluso habrá quien me pida la dirección porque lo considere barato, pero para mí era un precio desorbitado, y para mi madre, que había estado allí hacía unos meses y que le habían cobrado menos, debió ser antes de la subida de precios, y para mi mujer, que cuando se lo dije me miró con cara de “ya te l’han colao, macho”. Pero no, era así; había lista de precios en la pared e increiblemente para mí, esos eran los sablazos a aplicar.
La segunda fue el domingo; una amiga propuso ir a la feria del SIMO en Madrid y nos pareció bien aprovechar la mañana viendo ordenadores y chorraditas informáticas. Llevo yendo años al SIMO y edición tras edición pierde calidad e interés, convirtiéndose en un certamen del todo a cien. 10 euros por la entrada a un salón que sólo teníamos la mañana para visitarlo, al que llegamos 1 hora tarde porque la promotora de la quedada se durmió y del que salimos 1 hora antes de que cerrasen porque era un bodrio.
Y digo yo, 40 euros / hora no los cobro yo todos los días, pero sí que te los cobra un peluquero y la gente los paga tan a gusto, igual miles de personas pagan 10 euros por asistir a una feria que ha ido derivando en show de go-gos y mercadillo de chinos, sin dejar fuera los 3 euros que te cobran por una cerveza y los entre 10, 15 o incluso 20 por una copa en un tugurio de mala muerte. ¿Y nos quejamos de lo cara que está la vida y lo bajos que están los salarios?; la vida está cara, sí, pero los salarios no deben estar tan bajos, sólo hay que darse una vuelta por la ciudad. ¿Y nos quejamos de la inmigración?; pero cómo no van a arriesgar su vida en un cayuco cuando ven que nos gastamos en que nos corten el pelo lo que su familia tiene para sobrevivir un mes.
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