Este fin de semana estuvimos de celebraciones varias.
Si algo me quedó claro es la descomunal influencia de la televisión. De si habían dicho en no se qué programa que Aznar se separaba, que si tal miembro del gobierno era homosexual, que si a cual presentador de informativos le llamaban la histérica, ... Bulos desmentidos una y otra vez por sus protagonistas (protagonistas, eso sí, algunos de ellos con menos credibilidad que un billete de euro y medio).
Después de comer (mucho), el marido de mi prima y yo nos dejamos caer en el sofá para buscar mejor acomodo a la hormigonera que teníamos por estómago. Vino una de mis primas a encender la televisión.
- ¿Por qué enciendes, si nadie está viendo la televisión?
- Es que quiero ver el programa Y.
- Pero estamos nosotros primero y no queremos verlo.
- Pero yo sí quiero verlo.
Encendió la tele. Como el programa Y en cuestión no había empezado, se fue (dejando el televisor encendido), cerró la puerta tras de sí y no volvió a aparecer en una hora.
Increible.
El programa que se estaba emitiendo era una serie de historias de matrimonios con el único hilo conductor de la violencia. Violencia verbal, eso sí, pero violencia al fin y al cabo. ¿Alguien puede imaginarse un programa con violencia física dentro de la familia, pero edulcorada con risas de fondo? ¿Y dónde están las distintas asociaciones y entidades públicas poniendo el grito en el cielo?
Ah, es que esto no vende, ni da votos.
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