pozo en cuestión de días, de horas.
Llevaba unos días en la UVI y por fin ha llegado el momento de irse.
Haciendo ruido, como siempre, nunca fue discreta.
No, no voy a llorar. No sé hacerlo, no me enseñaron. Si supiera, lo haría.
Sin duda, éste es el momento.
La vi por primera vez hace unos 10 años y desde ese momento supe que
íbamos a pasar mucho tiempo juntos.
Y salvo una etapa en la que estuvo algo más de un año desconectada del
mundo, así ha sido; el resto del tiempo hemos estado juntos, si no físicamente,
sí al menos emocionalmente.
Y aunque puedo decir que nunca he enganchado a ella, sí es cierto que
ha habido momentos cuando estábamos separados en la que la he echado
mucho en falta. Más que a otras. Más que cualquier otra.
Ha sido una buena década, con altibajos, momentos de tensión, noches
en vela y siestas juntos.
Sexo, deporte, cine, ...
Comidas y cenas, desayunos y meriendas.
No era vieja, supongo, unos 30 años. Lo que sí era es coqueta; nunca supe
su verdadera edad. Unos 30.
Tampoco supe nunca su verdadero nombre. Era su secreto mejor guardado.
Ése, y su edad.
Creo que no me porté mal con ella. Es cierto que le fui infiel. No, infiel no,
sabía que me tenía que compartir, que nunca he sido monógamo, y nunca
se quejó. Ella también era libre y nunca me opuse a que brindara sus
favores a otros. Era nuestra relación; las reglas eran que no había reglas.
Y funcionó durante 10 años. Funcionó hasta que no pudo resistir más.
No pudo, o no quiso.
Pensábamos que iba a durar más, algo más, al menos unas semanas o unos
días. Pero decidió quitarse de enmedio cuando ella quiso, como riéndose de
todos y de todo.
Creíamos que se la iba a llevar una de estas enfermedades nuevas de siglas
ilegibles, pero no quiso esperar a que la enfermedad se apuntara otro tanto
y se adelantó a encontrarse con la parca. Es su modo de revelarse ante el
destino. De revelarse y de reirse de él.
No me porté del todo mal con ella, no; nunca me echó nada en cara, ni
siguiera la perrería del mando a distancia del aire acondicionado. O la de las
llaves. Ni siquiera la de los enchufes. No preguntéis qué estoy diciendo, son
cosas nuestras.
El caso es que estas perrerías funcionaron y eso hizo que, al menos unos
instantes, estuviésemos más cerca que nunca, casi unidos, diría yo.
Ahora la veo ahí, rígida, fría, y se me vienen a la cabeza los momentos que
hemos pasado juntos, los buenos y los no tan buenos, que nunca fueron
malos.
Se que hay quien dirá que rellene su hueco cuanto antes, que un clavo saca
otro clavo. No me veo con fuerzas. Ni creo que se sea fácil. Ni lo veo factible.
Por mucho que todos sabíamos que el momento estaba próximo y ella misma
nos estaba preparando para ello, tampoco es ahora el momento de pensar en
eso.
No puedo llorar, no. No sé. Perdonad, perdonad que os deje; se me ha metido
algo en los ojos; será la alergia.
Descanse en paz.
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