Por alguna extraña razón, cuando ocurre una tragedia se tiende a buscar culpables y, oh casualidad, los culpables suelen ser siempre los otros. Y siempre los otros más débiles que nosotros, no vaya a ser que ...
Y de esta regla general no se libra nadie. Nuestra ínclita presidenta Esperancita Castro Aguirre, la tercera de los hermanos Castro cubanos de toda la vida, dijo claramente que los profesores se tocan la badana y cobran un sueldo de escándalo, porque, total, sólo trabajaban unas cuantas horas a la semana que curiosamente coincidía cuando daban clase (las horas y horas preparando clases, corrigiendo exámenes, atendiendo a tutorías y demás para ella no cuentan). Dándole la vuelta al argumento habría que preguntarse si nos sale a cuenta pagarle más de 9 000 euros al mes a una señora que sólo sale de vez en cuando a dar una charlita a sus incondicionales (el resto de actividades propias del cargo de presidenta de la Comunidad de Madrid para ella tampoco deberían pagarse).
Respecto a los funcionarios habría que hacer una serie de consideraciones:
Resulta que en la década prodigiosa del pelotazo, cuando media España se lo llevaba caliente a casa, cuando un encofrador sin estudios se embolsaba tres mil euros, cuando hasta el último garrulo montaba una constructora y en connivencia con un par de concejales se forraba sin cuento, cuando un gañán que no sabía levantar tres ladrillos a derechas se paseaba en Audi, los funcionarios aguantaban y penaban. Nadie se acordaba de ellos. Eran los parias, los que hacían números para cuadrar su hipoteca, hacer la compra en el Carrefour y llegar a fin de mes, porque un nutrido grupo de compatriotas se estaba haciendo de oro inflando el globo de la economía hasta llegar a lo que ahora hemos llegado.
Y ahora que el asunto explota y se viene abajo, la culpa del desmadre, es de los funcionarios. Los alcaldes, diputados y senadores que gobiernan la cosa pública a cambio de una buena morterada no son responsables de nada y nos apuntan directamente a nosotros: somos demasiados, hay que ultracongelarnos, somos poco productivos.
Los responsables bancarios que prestaron dinero a quienes sabían que no podrían devolverlo tampoco se dan por aludidos. Todos los intermediarios inmobiliarios, especuladores, amigos de alcaldes y compañeros de partida de casino de diputado provincial no tenían noticia del asunto. Nosotros sí. Como diría José Mota: ¿Ellos? No. ¿Nosotros? Si. Siendo así ¿que ellos?
No. Por tanto, ¿nosotros? Si.
La culpa, según estos preclaros adalides de la estupidez, es del juez, abogado del estado, inspector de hacienda, administrador civil del estado que, en lugar de dedicarse a la especulación inmobiliaria a toca teja, ha estado cinco o seis años recluido en su habitación, pálido como un vampiro, con menos vida social que una rata de laboratorio y tanto sexo como un chotacabras, para preparar unas oposiciones monstruosas y de resultado siempre incierto, precedidas, como no podía ser de otra forma, de otros cinco arduos años de carrera.
Del profesor que ha sorteado destinos en pueblos que no aparecen en el mapa para meter en vereda a benjamines que hacen lo que les sale de los genitales, porque sus progenitores han abdicado de sus responsabilidades.
Del enfermero, del policía, del bombero, del auxiliar administrativo del Estado, natural de Écija y destinado en Barcelona que con un sueldo de 1.000 euros paga un alquiler mensual de 700 y soporta estoicamente que un taxista que gana 3.000 le diga joder, que suerte, funcionario.
De la auxiliar de ayuda a domicilio, que con 700 euros de sueldo, se reinventa cada día para llegar a fin de mes, limpiando, con perdón, los culos de los padres de muchos que se han enriquecido con la especulación.
La culpa es nuestra.
A poco que nos descuidemos nosotros los funcionarios seremos el chivo expiatorio de toda una caterva de inútiles, vividores, mangantes, políticos semi-analfabetos, altos cargos de nombramiento digital, truhanes, pícaros, periodistas ganapanes y economistas de a verlas venir que sabían perfectamente que el asunto tarde o temprano tenía que petar, pero que aprovecharon a fondo el momento al grito de mientras dure, ¡dura! y que ahora, con esa autoridad que da tener un rostro a prueba de bomba, se pasan al otro lado del río y no sólo tienen recetas para arreglar lo que ellos mismos ayudaron a estropear, sino que, además, han llegado a la conclusión de que los culpables son... ¡tachán, tachán!...los funcionarios.
Soy funcionario. Y además bastante recalcitrante: tengo cinco títulos distintos. Ganados compitiendo en buena lid contra miles de candidatos.
¿Y saben qué? No me avergüenzo de nada. No debo nada a nadie (sólo a mi familia, maestros y profesores). No tengo que pedir perdón. No me tocó la lotería. No gané el premio gordo en una tómbola. No me expropiaron una finca. No me nombraron alto cargo, director provincial ni vocal asesor por agitar un carnet político, que nunca he tenido.
Aprobé frente a tribunales formados por ceñudos señores a los que no conocía de nada. En buena lid: sin concejal proclive, pariente político, mano protectora ni favor de amigo. Después de muchas noches de desvelos, angustias y desvaríos y con la sola e inestimable compañía de mis “santos cojones”. Como tantos y tantos compañeros anónimos repartidos por toda España a los que ahora algunos mendaces quieren convertir, por arte de birli-birloque, en culpables de la crisis.
Amigos funcionarios y empleados públicos, estamos rodeados de gente muy tonta y muy hija de puta.
PD. Si alguien, en cualquier contexto, os reprocha -como es frecuente- vuestra condición de funcionario os propongo el refinado argumento que yo utilizo en estos casos, en memoria del gran Fernando Fernán-Gómez: “Váyase usted a la mierda, hombre, a la puta mierda”.
Y, ¿cómo no?, Forges, el genial Forges.