Hoy es un mal día.
Independientemente de la opinión que te merezca Garzón, que un Tribunal Supremo condene a un antiguo magistrado de la Audiencia Nacional (y actual asesor del Tribunal Penal Internacional de La Haya) a 11 años de inhabilitación por prevaricación y vulneración de derechos fundamentales es una tragedia se mire como se mire.
No voy a analizar la sentencia, no soy jurista, aunque si un juez no puede ordenar escuchas, no sé quién las podrá ordenar.
Por otro lado, si lo que hizo es condenable, está bien que en este bendito país se deje el corporativismo de lado y salga impune quien hace las cosas mal.
Tampoco lo voy a tildar de político de baja intensidad, a pesar de su fugaz paso por el ruedo político, en el que en las quinielas salía como futurible ministro. Ni siquiera voy a hacer hincapié en sus amistades peligrosas con miembros del Gobierno, cada uno es amigo de quien le apetece.
El personaje político de baja intensidad para mí es Esperancita Castro Aguirre, la hermanita de Fidel y Raúl. La presidentísima no ha tardado nada más que unas horas en cantar a los cuatro vientos su alegría por la sentencia.
¿Alegría? ¿Por qué? Si es lo más trágico que le ha ocurrido a nuestro sistema judicial en toda la democracia.
¿Alegría? Ah, bueno, quizás sepamos el porqué de tanta alegría, jolgorio y champán a raudales.
Después de leer mi entrada del pasado 26 de enero, alguien me dijo:
Si tienes problemas con la botella, llama al teléfono de la esperanza.
Pues con una y otra tenemos bastante en Madrid. Con Labotella y Lespe, apañaos vamos.
Y lo que es (casi) peor, esta noticia ha eclipsado una de ayer: busca las (100 000) diferencias:
Lo siento, María Teresa, el look Soraya te queda divino de la muerte, pero danos tiempo, nos costará acostumbrarnos.
Está cundiendo el ejemplo de Cayetana.
Espectacular en:
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