Llevo un par de meses en Alemania y el estómago ya se empieza a resentir.
Y no es por lo mucho que como, que cómo no, como mucho.
Tampoco es por la cerveza, que ahora que ha empezado la Oktoberfest de agosto en Beilgries es mucho. Mi dosis diaria ha pasado de medio litro a un litro; a este paso reviento las estadísticas de consumo.
Tampoco es por la mala leche que se te pone cuando miras por la ventana y ves que, ¿cómo no?, en la calle vuelve a diluviar.
Lo que realmente me está matando es ver que en la empresa hablamos distintos idiomas. Y no me refiero al alemán y al español. Voy más porque el de proyectos habla con el cliente y le vende una instalación maravillosa, una instalación que ciertamente el de planificación apenas puede implementar en un edificio ruinoso, una instalación que el de construcción no puede garantizar que funcione según la lamentable preparación de planos de los de planificación (no por su culpa; bastante hacen con la poca información que tienen), una instalación que los de taller no saben si tiene que construir con motor o con accionamiento neumático, una instalación que llegará tarde al lugar de montaje porque los plazos y lugares de entrega no están definidos, una instalación que los de montaje cambiarán una y mil veces hasta conseguir con el maremagnum inconexo de piezas que han llegado hacer algo medianamente parecido a lo que originalmente se vendió y que, para colmo, funcione como estaba previsto y además en el plazo acordado.
En medio de todo esto estamos la infantería pesada, ingenieros (industriales, ¿qué si no?) encargados de que el de proyectos no venda imposibles, de que los de planificación consigan la información que requieren, de que los de construcción diseñen lo que se necesita, de que los de taller puedan fabricar correctamente, de que los de envíos sepan cómo, cuándo y dónde enviar, de que los de montaje encuentren soluciones donde otros sólo ven chatarra.
En fin, ese es mi trabajo diario; desde que llego a las 8 hasta que me voy casi a las otras 8 lo único que hago es hablar con gente a la que se le cae el mundo encima porque no cumple con lo previsto.
Cada año hacemos la revisión médica de la empresa. Bromeo cuando me preguntan sobre cuál es mi puesto de trabajo en la empresa. Este año lo tengo claro: becario, soy el puto becario al que todo el mundo va con problemas y al que todo el mundo putea. Mal comido, mal bebido, mal pagado, ... ¿Alguien necesita un becario en su empresa al que poder tocar la moral de vez en cuando?; por una módica cantidad, me ofrezco voluntario.
Y no es por lo mucho que como, que cómo no, como mucho.
Tampoco es por la cerveza, que ahora que ha empezado la Oktoberfest de agosto en Beilgries es mucho. Mi dosis diaria ha pasado de medio litro a un litro; a este paso reviento las estadísticas de consumo.
Tampoco es por la mala leche que se te pone cuando miras por la ventana y ves que, ¿cómo no?, en la calle vuelve a diluviar.
Lo que realmente me está matando es ver que en la empresa hablamos distintos idiomas. Y no me refiero al alemán y al español. Voy más porque el de proyectos habla con el cliente y le vende una instalación maravillosa, una instalación que ciertamente el de planificación apenas puede implementar en un edificio ruinoso, una instalación que el de construcción no puede garantizar que funcione según la lamentable preparación de planos de los de planificación (no por su culpa; bastante hacen con la poca información que tienen), una instalación que los de taller no saben si tiene que construir con motor o con accionamiento neumático, una instalación que llegará tarde al lugar de montaje porque los plazos y lugares de entrega no están definidos, una instalación que los de montaje cambiarán una y mil veces hasta conseguir con el maremagnum inconexo de piezas que han llegado hacer algo medianamente parecido a lo que originalmente se vendió y que, para colmo, funcione como estaba previsto y además en el plazo acordado.
En medio de todo esto estamos la infantería pesada, ingenieros (industriales, ¿qué si no?) encargados de que el de proyectos no venda imposibles, de que los de planificación consigan la información que requieren, de que los de construcción diseñen lo que se necesita, de que los de taller puedan fabricar correctamente, de que los de envíos sepan cómo, cuándo y dónde enviar, de que los de montaje encuentren soluciones donde otros sólo ven chatarra.
En fin, ese es mi trabajo diario; desde que llego a las 8 hasta que me voy casi a las otras 8 lo único que hago es hablar con gente a la que se le cae el mundo encima porque no cumple con lo previsto.
Cada año hacemos la revisión médica de la empresa. Bromeo cuando me preguntan sobre cuál es mi puesto de trabajo en la empresa. Este año lo tengo claro: becario, soy el puto becario al que todo el mundo va con problemas y al que todo el mundo putea. Mal comido, mal bebido, mal pagado, ... ¿Alguien necesita un becario en su empresa al que poder tocar la moral de vez en cuando?; por una módica cantidad, me ofrezco voluntario.
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