Gracias a la Junta de Distrito de Chamberí hemos comenzado unas sesiones
de lacrosse en los colegios de la zona.
Por ahora se han apuntado 3 colegios; para el próximo semestre repetiremos
y es posible que se apunte alguno más.
Es una actividad desinteresada que acarrea mucho trabajo y complicaciones.
Vamos a dar 16 horas de clase, pero en preparación, reuniones, acarreo de
material, ... es posible que nos hayamos ido a las 100 horas de trabajo.
Todo sea por una buena causa.
Empiezo a pensar que los de la cienciología no dedican tanto tiempo a su
secta como los lacrossianos. Y es posible que hasta le saquen más partido.
En nuestro caso, lo único que sacamos en claro son algunos golpes.
Además, como los colegios son bilingües, las clases son en inglés. Al menos
la parte teórica, que cuando se ponen a jugar interesa tenerlos controlados.
Hoy he tenido clase con chiquillería de unos 8 años.
La seguridad tiene que estar por encima de todo, por eso jugamos con palos
de intercrosse, pelota blanda, ellos no se pueden poner porteros, nada de
contacto ...; vamos, que no los estamos enseñando nada bien para lo que
es el lacrosse.
Como no se pueden poner ellos de porteros para evitar que reciban pelotazos,
me he puesto yo en ambas porterías. En principio no es problema, porque
cuando la pelota está dividida se forma tal barullo que tienes tiempo de ir
andando de una portería a otra antes de que alguno se lleve la pelota franca.
Y así lo hemos hecho durante media clase, hasta que uno de los chavales ha
perdido la pelota, la ha recuperado el contrario (con lo que me ha tocado volver
a la carrera), la ha perdido el segundo (carrera de nuevo), y en este vaivén
una niña se me ha cruzado con el palo, he tenido que saltar para evitar
derrivarla (no lo he conseguido), he intentado no pisarla (tampoco lo he
conseguido), en mi caída intenté no llevarme a otro par de chavales que
pasaban por allí y finalmente he dado con mis huesos en el suelo.
Resultado: pantalón roto y lleno de sangre, tobillo torcido, rodilla con un
moratón de babor a estribor, mano desollada, muñeca torcida, pecho
descuajaringado.
La niña al principio se ha asustado, pero luego se ha levantado y ha ido a
luchar la bola.
El color mortecino de la mano es por el flash (espero), pero la sangre no
está pintada.
Lo peor de todo, mi orgullo, al igual que mis huesos, por el suelo.
Una niña de 8 años me ha causado este destrozo. Por Dios, que dentro de
de una semana voy a jugar un torneo de box-lacrosse; ¿qué no harán
conmigo estos teutones de 100 kilos en canal?
Quien dijo eso de que no pesan los años, sino los kilos, seguro que nunca
jugó intercrosse con la chiquillería ya a punto de poner el 4 en el casillero
de las decenas.
Y encima, además de trabajar, no puedo pedir que se considere como
accidente laboral, no porque no fuese a ser considerado así, sino porque
mi magullado orgullo me impide reconocerlo.
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