Poniéndome de pie en medio de la sala y mirando al suelo avergonzado, mientras entrelazo mis manos en el bajovientre y procuro mantenerme lo más erguido posible:
- Hola, soy José Vicente y soy jauscólico.
Ya está, ya lo he dicho. Es duro cuando tienes una adicción; lo mejor es reconocerlo en público y notar cómo tus compañeros te apoyan.
Es duro, sí. Sobre todo para los que somos multiadictos; soy jauscólico los martes, pacólico los miércoles y cuentamecomopasólico los jueves. El resto de la semana apenas veo la televisión, pero House, Los hombres de Paco y Cuéntame como pasó son mis debilidades. Hasta mi mujer me dice que la tengo desatendida, que le presto más atención a las series de televisión que a ella. Y puede que tenga razón.
Estas series tienen la ventaja de que no tienes que seguirlas desde el principio para enterarte de qué va, simplemente te sientas delante de la televisión y te dejas llevar, a sabiendas de que va a tener un final feliz, con matices, pero feliz.
El resto del panorama televisivo tampoco varía mucho, la verdad: los culebrones son clónicos unos de otros, las películas de acción son mindundi yankee que se convierte en héroe por casualidad (¡y que todavía se extrañen de lo de las torres!), toros descastados ante toreros más pendientes de las cámaras que del astado, once tíos en calzones corriendo tras un trozo de cuero procurando que otros once no les hagan pupita (lo de meter gol ya no es la prioridad del juego), un montón de gente a cual más gilipollas dentro de un habitáculo más o menos reducido y cuya única misión y aspiración en la vida es vomitar por esa boquita que Dios les ha dado (¡por Dios, qué desperdicio de facultades! ¿En qué estabas pensando cuando les concediste el habla? ¿No podías haberles dado algo menos de pelo y alguna neurona más?), como digo, vomitar palabras inconexas, sufrir diarrea verbal sin ser conscientes de que lo que dicen durante la permanencia en el programa se puede resumir, yendo a lo más culto de su lenguaje, en: Jo, macho, que guay soy y que mal me trata la vida. También están las tertulias en las que las Carmeles de turno saltan a la pantalla a hablar de si tal (que no se quien es) rozó a cual (que la conocen en su casa y poco más) y puede que sea posible que tal vez por un casual la haya dejado preñada; y esto vende, hay que joderse. Un antecesor de estas tertulias verduleras son las tertulias de noticias, que han degenerado en tertulias de deportes (fútbol al 99%) o actualidad (política en un 99%) y que básicamente se pueden resumir en “y tú más” éstas o en “éste está gordo y se va de juerga y sale con no sé quién del programa de Carmele” las otras.
Me encantan las fiestas familiares; en un pueblo perdido de Cuenca lo único que puedes hacer mientras estás con la familia es ver la tele, así que con mi padre veo los toros, veo que no disfruto, con mi madre a las verduleras, que hace ya tiempo que desistí se saber de quién hablan, con mi hermana el reality de turno, que, por empatía con ella, hago como si me importasen, como si fueran de la familia, y con mi cuñado sufro estoicamente el soporífero partido de fútbol de la máxima rivalidad y que termina empate a 0 porque no puede terminar en negativo.
Mi mujer dirá lo que quiera, pero nada más poner pie en la tierra natal ya estoy deseando volver a Madrid a mis Houses, Pacos y demás series previsibles y ñoñas con las que, si me pierdo algún capítulo, me puedo reenganchar al siguiente sin perder el hilo y sin parecer gilipollas cuando me preguntan por el BorjaMari de turno y no sé quién coño es: ¿Cómo que no sabes quien es? No me lo puedo creer; ¿me estás tomando el pelo? Es el hijo de la mujer del que salió una vez con la peluquera del primo del cuñado de la hija de la tía del amigo de Rafa, pues ese. Siguiente pregunta por la que me van a llover bofetadas, además de una mirada de pánico e incredulidad: ¿Y quién coño es Rafa?
- Hola, soy José Vicente y soy jauscólico.
Ya está, ya lo he dicho. Es duro cuando tienes una adicción; lo mejor es reconocerlo en público y notar cómo tus compañeros te apoyan.
Es duro, sí. Sobre todo para los que somos multiadictos; soy jauscólico los martes, pacólico los miércoles y cuentamecomopasólico los jueves. El resto de la semana apenas veo la televisión, pero House, Los hombres de Paco y Cuéntame como pasó son mis debilidades. Hasta mi mujer me dice que la tengo desatendida, que le presto más atención a las series de televisión que a ella. Y puede que tenga razón.
Estas series tienen la ventaja de que no tienes que seguirlas desde el principio para enterarte de qué va, simplemente te sientas delante de la televisión y te dejas llevar, a sabiendas de que va a tener un final feliz, con matices, pero feliz.
El resto del panorama televisivo tampoco varía mucho, la verdad: los culebrones son clónicos unos de otros, las películas de acción son mindundi yankee que se convierte en héroe por casualidad (¡y que todavía se extrañen de lo de las torres!), toros descastados ante toreros más pendientes de las cámaras que del astado, once tíos en calzones corriendo tras un trozo de cuero procurando que otros once no les hagan pupita (lo de meter gol ya no es la prioridad del juego), un montón de gente a cual más gilipollas dentro de un habitáculo más o menos reducido y cuya única misión y aspiración en la vida es vomitar por esa boquita que Dios les ha dado (¡por Dios, qué desperdicio de facultades! ¿En qué estabas pensando cuando les concediste el habla? ¿No podías haberles dado algo menos de pelo y alguna neurona más?), como digo, vomitar palabras inconexas, sufrir diarrea verbal sin ser conscientes de que lo que dicen durante la permanencia en el programa se puede resumir, yendo a lo más culto de su lenguaje, en: Jo, macho, que guay soy y que mal me trata la vida. También están las tertulias en las que las Carmeles de turno saltan a la pantalla a hablar de si tal (que no se quien es) rozó a cual (que la conocen en su casa y poco más) y puede que sea posible que tal vez por un casual la haya dejado preñada; y esto vende, hay que joderse. Un antecesor de estas tertulias verduleras son las tertulias de noticias, que han degenerado en tertulias de deportes (fútbol al 99%) o actualidad (política en un 99%) y que básicamente se pueden resumir en “y tú más” éstas o en “éste está gordo y se va de juerga y sale con no sé quién del programa de Carmele” las otras.
Me encantan las fiestas familiares; en un pueblo perdido de Cuenca lo único que puedes hacer mientras estás con la familia es ver la tele, así que con mi padre veo los toros, veo que no disfruto, con mi madre a las verduleras, que hace ya tiempo que desistí se saber de quién hablan, con mi hermana el reality de turno, que, por empatía con ella, hago como si me importasen, como si fueran de la familia, y con mi cuñado sufro estoicamente el soporífero partido de fútbol de la máxima rivalidad y que termina empate a 0 porque no puede terminar en negativo.
Mi mujer dirá lo que quiera, pero nada más poner pie en la tierra natal ya estoy deseando volver a Madrid a mis Houses, Pacos y demás series previsibles y ñoñas con las que, si me pierdo algún capítulo, me puedo reenganchar al siguiente sin perder el hilo y sin parecer gilipollas cuando me preguntan por el BorjaMari de turno y no sé quién coño es: ¿Cómo que no sabes quien es? No me lo puedo creer; ¿me estás tomando el pelo? Es el hijo de la mujer del que salió una vez con la peluquera del primo del cuñado de la hija de la tía del amigo de Rafa, pues ese. Siguiente pregunta por la que me van a llover bofetadas, además de una mirada de pánico e incredulidad: ¿Y quién coño es Rafa?
No hay comentarios:
Publicar un comentario