Estuve unos días en La Palma. Es un sitio impresionante, sobre todo para urbanitas como yo. La vida se detiene y las prisas no existen. Los coches rara vez se pueden poner en cuarta velocidad, porque la recta asfaltada más larga tiene sólo unos centenares de metros de longitud (también es verdad que es la pista de aterrizaje del aeropuerto, por lo que tampoco es muy conveniente utilizarla si no es en el avión).
Es curioso como la teoría de la relatividad espacio-tiempo adquiere aquí una nueva dimensión. Todo se ralentiza y las grandes preocupaciones pierden parte de su importancia.
El primer consejo que se da a los que llegan del continente es que cambien su modo de andar, porque si siguen al mismo ritmo en un día se les acaba la isla y caen al mar (el espacio es relativo). Y si ya de por sí es complicado que te atiendan con celeridad en la terracita de un bar, aquí más vale que no llegues con sed, porque puedes morir antes de que el camarero siquiera se haya dado cuenta de los aspavientos que hacen los clientes desde las mesas (el tiempo es también relativo, al igual que lo es el caso que te hacen los camareros, que más que relativo es ninguno, pero eso es parte de otra teoría).
Otra cosa que hay que tener en cuenta es el idioma: también el idioma es relativo. Allí se habla una mezcla de todos los idiomas del mundo, cogiendo de cada uno los vocablos más melódicos y las carencias más rítmicas. No existe la palabra “bueno”, se dice “bueeeno”. Para referirte a alguien no se le dispara un simple “oye”, se le regalan los oídos con “oooye, mi niiiño”. Y lo que es más importante, el “tú” y el “vosotros” no existen, siempre se nos trata de usted, que en este mundo en el que se lleva años perdiendo las formas siempre es muy de agradecer.
Las plantas, que también en eso han sabido seleccionar las más espectaculares de la tierra tienen, por supuesto, sus rebuscados nombres.
Íbamos por una de las muchas carreteras que rodean los volcanes, despacito, porque no puede ser de otro modo. Las hojas de los helechos acariciaban el lateral del autobús, pidiendo a gritos que se les devolviera el favor. Y así lo hice; a esa velocidad el frescor y la textura de la planta mimaban la palma de mi mano.
- No saques la mano, mi niño, que por aquí hay tuneras.
- ¿Tuneras? ¿Qué son, árboles?
- No, no. Son … de lo que salen los tunos.
- ¿Tunos?
- Sí, sí, son los frutos. Se pueden comer directamente, o en mermelada, …
Al recordar frambuesas y demás moras de tallo espinoso, un escalofrío recorrió mi cuerpo de tal manera que hizo que mi brazo se encogiese.
- ¿Zarzas?
- No, mi niño - esto me tranquilizó y volvió a relajar mi brazo - son …, bueno, tuneras.
Veinte minutos más tarde estábamos en un centro de salud intentando sacarme las púas de un higo chumbo que atravesaban mi mano.
- ¿De verdad le dio una bofetada desde la guagua a un tuno, mi niño? - me preguntaba incrédula la enfermera.
¡¡¡MUY IMPORTANTE!!!
LO QUE VAS A LEER NO ES MI OPINIÓN,
ME LIMITO A TRANSCRIBIR LO QUE ALGUIEN
EN ALGÚN MOMENTO EBRIO ME CONTÓ.
SI ALGUIEN SE SIENTE ALUDIDO,
SEGURO QUE NO TIENE RAZÓN.
TODAS LAS SITUACIONES Y PERSONAS,
INCLUSO NOMBRES, SON FICTICIOS.
NO OLVIDES VISITAR A NUESTRO PATROCINADOR;
SE ESTÁ GASTANDO UNA PASTA EN EL BLOG
Y SIEMPRE ENCONTRARÁS COSAS INTERESANTES:
No hay comentarios:
Publicar un comentario