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  • 31 agosto 2006

    060831 sueño

    Estar de Rodríguez es una bendición, es justo decirlo; tienes toda la casa para ti solo, puedes salir con los amigos hasta las tantas, no importa que algo de ropa se quede descuidada por la habitación (o por la cocina, o por la sala de estar, …). Pero, reconozcámoslo, como el tener a tu pareja a tu lado, apoyándote sin esperar nada a cambio, sin fisuras, respetando y comprendiendo tus errores, no hay nada en el mundo ni fuera de él.

    Hace unos días mi mujer fue a casa de su madre para un par de semanas; el trabajo fue la excusa perfecta para librarme del suplicio de tener que aguantar a mi suegra durante tantos días, así que, aunque incluso me dijeron en la oficina que no había problema para coger unos días libres, me busqué un supuesto proyecto urgente con un cliente importantísimo para convencerlos de que, muy a mi pesar y sacrificándome por la empresa, tenía que quedarme. A mi mujer no le hizo mucha gracia, la verdad, pero coló.

    Ayer volvió, y como la T4 de Barajas la tiene que haber diseñado un arquitecto (que un protosimio borracho la hubiera diseñado con mucho más estilo y más funcional), para evitar el previsible caos me pidió que fuera a buscarla (supongo que algo de represalia por haberme escaqueado del viaje también había).

    El vuelo llegó a las 23:30, con media hora de retraso, algo dentro de lo previsible en estas fechas. El caso es que lo hizo en la Terminal satélite, así que hasta después de media noche no llegó a la T4 propiamente dicha.

    Bueno, ahora tocaba esperar las maletas, que, por supuesto, aún no habían llegado.

    30 minutos más tarde algunos de los pasajeros veían con alivio que sus maletas comenzaban a salir por la bocana de la cinta; por supuesto, el destino se había aliado con las ansias de represalia de mi mujer y la suya no estaba entre las elegidas.

    Cuando a la 1 dejaron de salir maletas, 2 o 3 sufridos pasajeros estaban todavía delante de la cinta aún con la esperanza de que apareciese su equipaje. Minutos después comenzó a salir la carga de otro vuelo que acababa de aterrizar, curiosamente, hacía sólo unos minutos, tan pocos que aún no habían llegado allí los pasajeros.

    Resignados, fueron al mostrador de reclamaciones, sí, ese que siempre está lleno de gente reclamando, que cuando lo veo no puedo más que tener la impresión de que siempre tienen más gente quejándose que pasajeros. Después de vagas y confusas reclamaciones (siempre nos dan las mismas a todos; sería más sencillo que pusiesen una grabación y que el formulario de reclamación nos lo diesen ya relleno junto con el billete), por fin terminó y salió ella donde yo estaba; a todo esto ya era más de la 1:30.

    En otra vida tenemos que haber sido muy mala gente para en ésta tener que sufrir el infierno de aguantar a los políticos que nos gobiernan, así que la única manera de volver a casa desde tan incomunicado desierto era con taxi (30 euracos por una bonita visita turística por una ciudad medio a oscuras).

    Casi a las 2 de la mañana lo único que deseaba era dejarme caer en la cama y dormir, no sólo porque me había levantado a las 6 el día anterior, sino porque en poco más de 4 horas iba a volver a sonar el despertador. Pero el diablo tenía otros planes para mí, así que mi mujer se sentó al borde de la cama y comenzó a despotricar del personal del aeropuerto. Apenas con monosílabos podía seguirle la conversación, y cuando Morfeo conseguía asirme de las manos para arrastrarme con él, ella se encendía más y levantaba el tono de voz, con lo que mi asustadizo amigo salía huyendo.

    Casi a las 3 todavía seguía hablando. Y hablaba, y hablaba. Y lo que es peor, me pedía que interviniese en la conversación; como si estuviera yo para disponer libremente de mi boca, que apenas acertaba a escupir sonidos guturales. En este punto ya había dejado de echar pestes de los aviones y de lo mal preparados que están los trabajadores de determinada compañía aérea bien conocida, y sufrida, por todos. Ahora, si mal no recuerdo, que todo es posible, recordaba (en voz alta, claro) lo bien que se lo había pasado en el viaje, de lo mucho que me hubiera divertido con ella.

    Silencio, silencio es lo único que necesitaba para haber caído rendido. Pues no, esta mujer tiene que estar reñida con él y se encarga de destrozarlo como si fuese algo personal. Apenas podía entender lo que decía, pero eso daba igual; sólo recuerdo que su voz, muy agradable normalmente, se había transformado en una especie de zumbido ininteligible que me impedía dormir. De vez en cuando intentaba escuchar y seguirle la conversación, pero era imposible; sólo palabras sueltas y muchas veces inconexas entraban por mis oídos y se quedaban rebotando dentro de mi cabeza.

    Finalmente, oh desdichado de mí, entendí algo referente a mi suegra y lo mucho que le hubiera gustado que yo hubiese ido al viaje. Hay que entender que en ese estado precatatónico en el que me encontraba, uno no es consciente de lo que masculla. Realmente no sé bien lo que dije, pero no tuvo que ser muy agradable. Allí tumbado boca abajo en la cama, lo único que recuerdo es mi cabeza hundiéndose contra el colchón tras el impacto no sé bien si de la almohada o de un libro, que todo es posible, en mi cogote y que el tono de voz de mi mujer había subido varios, bastantes, decibelios.

    Sinceramente, no sé lo que pude decir; sólo sé que de la nada había surgido una tempestad en la que estaba inmerso sin saber porqué. Intenté aclarar la situación, pero entre que no sabía qué era lo que había dicho y que mi cerebro no regía correctamente, creo que lo único que conseguí fue empeorar la situación.

    En un momento dado dijo esa frase terrible que nunca sabemos cómo interpretar, pero que lo hagamos como lo hagamos, siempre el resultado final será mucho peor del peor escenario posible esperado: “Bien, vale, de acuerdo, no pasa nada. Buenas noches”. Y se dio media vuelta.

    Eso ocurrió hace casi 2 horas. Ahora estoy aquí, tumbado en la cama, desvelado, a 5 minutos de que vuelva a sonar el despertador para que la cama me vomite a la triste realidad de mi trabajo diario, al lado de una persona que me odia cuya respiración profunda me demuestra que está teniendo un placentero affaire con el capullo de mi amigo Morfeo y sin saber exactamente cuanto le durará el cabreo, días o semanas.

    Me queda la esperanza de que todo esto haya sido un mal sueño y al menos el consuelo de que, de haber sido realidad, mi suegra, que Dios tenga en su gloria a poder ser más pronto que tarde, está a miles de kilómetros de distancia sin saber que sus ruegos han sido oídos y que los cielos me han castigado con esta noche diseñada por el lado más oscuro de su subconsciente.

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