Voy a intentar esforzarme y mantener a la gente informada desde mi exilio.
Para los que habéis hablado conmigo, y para el resto ya os lo digo yo, he cambiado de empresa, y su primera medida ha sido enviarme a Alemania, a Beilngries para más señas, una aldea en el corazón de Babiera.
Para quien no conozca esto le diré que como toda Centroeuropa esto es zona de bárbaros, tierra sin romanizar.
La primera muestra, sin ir más lejos, es el teclado desde el que estoy escribiendo. La "z" y la "y" están cambiadas, por lo que si no te das cuenta te salen frases del tipo: z za estoz en Cadiy con mis yapatos nuevos. No, la tilde tampoco está visible, y peor aún es lo de la "ñ", que tienes que hacer virguerías para ponerla.
Luego está lo de la comida. Y no digo que se coma mal; se come raro. Todas los hiebajos que mi padre arranca de la huerta porque son eso, malas hierbas, aquí se las echan a la ensalada.
El pescado ya es otra cosa. La mitad no sé lo que es; pero eso tampoco quiere decir nada, es España tampoco lo sé. Pero aquí con tanta contaminación décadas atrás te puedes dar con un canto en los dientes si el pez tiene menos de 6 ojos.
Luego están las mujeres; por Dios, si es que las autoridades sanitarias deberían prohibir la mantequilla. Tenemos en la oficina una niñita que parece que en lugar de haberse puesto un supositorio se ha metido un balón de rugby, y para más INRI que se lo ha puesto atravesado. Coño, que cuando se sienta en el sillón en lugar de apoyar los codos en los brazos del sillón, descansa las cartucheras; y todos tememos que si por un casual pasa la barrera de los brazos del sillón y se sienta como hay que hacerlo, ya podemos ir sacando el destornillador, porque nos toca desmontarlo por piezas. Eso o darle un plato de alubias a la chica y esperar a que surta efecto y vulcanice el sillón. Cuando se nos dé la situación decidiremos.
Con estos antecedentes, una aldea perdida en medio de la nada, una actividad de ocio propia de una gasolinera en medio del desierto yankee, comida propia de animales, mujeres que cuando las miras piensas: menos mal que se inventó el coche a gasolina; pobres monturas de hace un siglo. Con esto, digo, unido a que aquí llueve cuando está muy nublado, llueve cuando está poco nublado, llueve cuando está casi despejado y llueve cuando está totalmente despejado (que se lo pregunten a Alonso en la carrera de ayer en Nürburgring), ¿qué te queda?
Pues trabajar. Te queda trabajar.
Así que aquí la gente madruga para ir a trabajar, supongo que aprovechan que todavía no hay luz para no ver a sus respectivos y luego no tener remordimientos, luego siguen trabajando a la hora de la comida, supongo que para que el sabor a pintura de las manos les haga más llevadero el sandwich, siguen trabajando cuando acaba su jornada laboral, total, está lloviendo, dónde van a ir?, y luego prolongan la jornada hasta que la mujer de la limpieza los echa (ella también busca consuelo en el trabajo) y vuelven a casa con la esperanza de tener problemas para distinguir a su cónyuge por la nieblina.
En fin, que este país es una bendición.
Yo, por mi parte, intentaré que me repatrien lo antes posible, dentro de un mes o así.
Hasta entonces sólo me queda trabajar, trabajar y trabajar. No lo he hecho nunca y no me va a quedar más remedio ahora.
Resignación. ¡Qué vida más dura esta la del exiliado en tierra de bárbaros!
1 comentario:
Por fín, ya era hora de que trabajases un poco (y de que te comunicases también)
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