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  • 31 julio 2007

    070731 de exiliados VII

    Un compañero me ha invitado a cenar esta noche en su casa. Maldita la hora en la que acepté.

    Habla un español bastante aceptable. Me ha dicho algo así como "Ven a cenar esta noche a mi casa; vamos a hacer una barbaquiu de hidalgo", mientras se relamía y se frotaba el estómago.

    ¿Barbacoa de hidalgo? No lo veo yo haciendo Duelos y Quebrantos en una parrilla. Soy manchego y nunca antes lo había oído. Por cómo se frotaba la panza pensé que sería algo que gustaría a Sancho, cerdo o quizás cordero, aunque el escudero era más de queso y vino. Debía ser algo típico de Babiera.

    De la comida no sabía, pero del vino me encargaba yo, así que he ido a comprar vino español a un supermercado alemán con un dependiente turco; cualquier cosa podía pasar.

    Al llegar a su casa los terroristas de sus niños me estaban esperando; era la novedad, entraba dentro de la lógica. Me ha presentado como José Vicente, así que los críos se está pasando toda la velada diciendo JjjjoséViseeeente como si fuera una palabra mágica; JjjjoséViseeeente por aquí, JjjjoséViseeeente por allá, ya me estaban empezando a tocar los huevecillos con tanta tontería.

    Tienen un crío pequeño, de unos 2 años, así que han atornillado la puerta del jardín para que no se escape. Allá que me ves con las botellas de vino saltando la verja; espero no beber mucho, si no, la salida de la casa puede ser gloriosa.

    Mi colega estaba ya haciendo la comida cuando llegué; había salchicas, pollo, patatas, ...

    "Mira, y aquí tengo el hidalgo", decía mientras blandía una pieza de carne roja y gelatinosa.

    ¡Hígado, era hígado! Anda que no le he dado vueltas a la puñetera barbacoa del hidalgo.

    Después de un rato más o menos tranquilos borrándome el nombre, la chiquillería se ha empezado a revolucionar. El mayor ha tirado al suelo una maceta con el balón, rompiéndola, y el perro ha pasado por encima, salpimentando de paso la comida con basura, con el consiguiente enfado de la madre y las risas del padre. El pequeño ha trincado la cerveza del padre metiéndose entre pecho y espalda un buen trago sin hacerle ascos, con el consiguiente enfado de la madre y los gritos de animo del padre. Bábaros.

    Luego me tocó el turno a mí, a mí de recibir claro. Todo ha sido accidental, o bastante accidentado, por mejor decir.

    El mediano ha seguido jugando con el balón y ha tirado otra maceta; ésta ha caído sobre la leña, que a su vez ha saltado sobre el fuego, que a su vez ha hecho el triple salto mortal hasta mi camiseta. Joé con la puntería que tiene el niño. Las ascuas han llegado casi apagadas; aún así me han hecho algún agujero.

    No sé qué enseñan en el colegio a estos críos, porque el mayor ha intentado apagar el conato de incendio de mi camiseta con lo primero que ha encontrado, el bote de ketchup. Ha habido un momento que el padre no sabía si gritar a su hijo o aprovechar para mojar el hígado en el tomate de mi pecho.

    Por último, el enano se ha enfadado cuando la madre le ha dicho que era hora de irse a dormir, ha cogido unos dados de madera con los que estaba jugando y los ha tirado contra la pared, con tan mala suerte que yo estaba entre medias. Resultado: un ojo a la funerala y una brecha sobre la ceja.

    Ahora estoy intentando recomponerme como buenamente puedo, limpiándome el ketchup y vendándome la herida.

    En cuanto se descuiden, me escapo de esta casa antes de que acaben conmigo, que ya son las mil y estoy hecho un Cristo. Menos mal que con la impresión se me ha pasado el efecto del alcohol y voy a poder saltar la verja sin problema.

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