Lo terminé en algo menos de 2 horas y él casi temina conmigo en algo menos de hora y media; a partir de ese momento lo único que pude hacer era arrastrarme. Tuve que parar un par de veces para recomponer la distribución de sangre por el cuerpo, porque o no llegaba a las piernas, o no llegaba a la cabeza.
En Plaza de Castilla ya le tuve que decir a Fernando que siguiera sin mí, que la rodilla empezaba a quedarse atrás. A pesar de todo continué, sobre todo porque era ya cuesta abajo en su mayoría. Eso debieron pensar varios de los que a derecha e izquierda caían como moscas. La última, una chica a 200 m de la meta; el subidón del público animándola y la visión de la meta fue demasiada emoción para un cuerpo extenuado y cayó como un saco de patatas. Plof.
Yo tuve la suerte de que Isabel me acompañó los últimos kilómetros; es cierto que el grupo te lleva, pero si además tienes a los tuyos al lado, notas el viento en popa.
Cuando llegas a la meta no notas nada. Ni oyes a nadie. Simplemente la sangre comienza a llegar a los sitios que el cuerpo ha considerado prescindibles durante el esfuerzo, y vas sintiendo cómo vas bajando de la nube, comienzas a notar el aire alrededor de tu cuerpo enfriando el sudor que has dejado de sentir, vuelves a oír a la gente, las plantas de los pies comienzan a arder y el equilibrio comienza a fallar.
La sensación que se te queda al pasar la meta es de total vulnerabilidad. Es cierto que te sientes eufórico por haber acabado algo que sólo han conseguido unas seis mil personas antes que tú, pero es una sensación equívoca, más parecida a la embriaguez que a un estado medianamente lúcido. Luego, como en las borracheras, comienzas a hablar por los codos, a decir cosas incoherentes, a abrazarte a cuerpos sudados a los que no te acercarías ni aunque te regalasen mil euros.
Pero al contrario de en una cogorza, también te sabes vulnerable; cualquiera que te roce te puede hacer caer, cualquiera que te pise hará que llores como una nenaza. Es más, te tiemblan tanto las piernas y los brazos los sientes tan agarrotados que empiezas a rezar para que nadie decida aprovechar la coyuntura, bajarte los pantalones y ponerte el culito como la bandera del Japón. Seamos realistas, no seríamos capaces de ofrecer la más mínima resistencia.
En fin, todo pasó.
Recuento de daños:
- Ando como un teletuby.
- Cada paso me hace sentir que un Alien dentro de cada pierna me desgarra el muslo.
- Las rodillas abultan el doble que hace 3 días, así que no me caben en los pantalones.
- El dedo gordo del pie derecho tiene una ampolla a lo Mortadelo y Filemón, o sea, más grande que el propio dedo.
- Uno de los pezones se rozó con la camiseta ( no hay problema, no ha llegado al hueso ).
- Uno de los huevecillos se rozó con los gallumbos ( no hay problema, tampoco ha llegado al hueso ).
La próxima cita es el maratón el día 27, pero para entonces sólo correré los primeros 11 kilómetros, hasta que pase por casa y deje a Fernando correr los siguientes 31 kilómetros. ¡ Qué envidia me das, chico afortunado !
Posición: 6 548 de 12 692 participantes ( Vale, siempre habrá quien diga: para eso te presentas, para quedar de los últimos ).
Tiempo empleado: 1 hora, 54 minutos, 25 segundos.
Una cosa menos que me queda por hacer en esta vida.
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