Una idea para los creadores de realities: en lugar de mandar un grupo de pseudofamosos a un lugar perdido a que se los coman las fieras y se despellejen entre ellos ( o viceversa ) os propongo meter a un grupo de adolescentes en un supermercado y esperar a que se mueran de inanición, incapaces de abrir los abrefáciles de los envasados e ignorantes de que la fruta es comestible.
Ésa es una idea recurrente que se me viene a la cabeza cada vez que estoy con mi sobrino.
La vida es dura, sí, y nosotros somos unos viejales, sí. Pero al menos sabemos pelar una naranja.
En fin, hoy esta idea a caído por tierra. No la de que mi sobrino es capaz de pasar hambre si no encuentra un Telepizza abierto, sino la de que los adultos somos autosuficientes.
He ido a comprar con un amigo y rozaba la histeria cada vez que tenía que pedir algo al charcutero. “¿ Y cuánto compro, un kilo, dos ?” “Coño, que es algo de fiambre y queso para un cumpleaños, que no tienes que dar de comer al ejército americano”.
Cuando hemos ido al supermercado miraba las taquillas como si ellas lo miraran a él, casi ha roto la llave porque no le ha metido moneda, al salir casi se ha ido sin recoger lo que había metido dentro porque ya se le olvidaba, y ha perdido el euro que metió para cerrar la taquilla porque no sabía que lo devolvía.
La criatura tiene 40 años y abulta por dos ( o por tres ).
Verlo así, desvalido ante el mundo, te hace pensar: Dios, menos mal que la que se encarga de la compra es tu mujer, que si no iban a pasar poca hambre tus niños.
Eso es lo que tiene que haber pensado la cajera, que le ha hechado la bronca: “Si ayudaras un poquito en casa con la compra, esto no te pasaría, holgazán”. Ha sido arriesgado, porque lo que puede soltar este elemento por esa boquita es tremendo; sin embargo, era consciente de que era mejor asumir su derrota y escapar de la selva cuanto antes.
Y así lo ha hecho.
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