Me encantan las plantas. Sabéis que son mi debilidad.
Lo único que soy reticente a las plantas compradas. De hecho, no es que lo haya hecho a posta, pero las que me han regalado no me han durado mucho ( salvo la palmera, que esa es regalo de mi suegra y más me vale no perderla ).
Yo prefiero los esquejes, coger un tallo de no sé qué sitio, mimarlo hasta que llego a casa y luego cuidarlo hasta que agarra y se suelta de la mano. Aunque las plantas tienen la ventaja de que por mucho que se suelten, nunca se van muy lejos.
Es cierto que alguna vez no han sobrevivido una vez pasado el trance más duro, pero creo que no se me da del todo mal; puedo presumir de tener el auténtico pulmón verde de Madrid. Nada de El Retiro, ni siquiera la Casa de Campo; la mayor concentración de árboles por metro cuadrado de la ciudad se encuentra en mi corrala.
Y si algo es agradecido es ver cómo consigues sacar adelante a una planta que parecía que ni siquiera ella misma tenía fe en sus propias posibilidades. Ahí estaba yo para creer por los dos. Quizás con el paso del tiempo se olvide de que la sostuve cuando caía e incluso me golpee con sus ramas, pero no importa, la satisfacción está ahí.
Hoy es uno de esos días; la mejor de mis niñas está floreciendo. Y se la ve radiante.
No importan las noches en vela. Ha merecido la pena.
Lo peor es que estoy a 1 500 km y no puedo disfrutar como quisiera este florecer.
Esta, por contra, es una de las zarzas de la vida.
¡¡¡MUY IMPORTANTE!!!
LO QUE VAS A LEER NO ES MI OPINIÓN,
ME LIMITO A TRANSCRIBIR LO QUE ALGUIEN
EN ALGÚN MOMENTO EBRIO ME CONTÓ.
SI ALGUIEN SE SIENTE ALUDIDO,
SEGURO QUE NO TIENE RAZÓN.
TODAS LAS SITUACIONES Y PERSONAS,
INCLUSO NOMBRES, SON FICTICIOS.
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