Bueno, ya estamos de vuelta de nuestra escapada a Martinique.
Os pondré algunas fotos, pero la verdad es más aconsejable que las busquéis vosotros en la red.
Sí que comentaré algunas interesantísimas anécdotas que bla-bla-blá, bla-bla-blá, bla-bla-blá. ¡Ya se me han dormido varios!; cada vez me recordáis más a mis alumnos.
Pues que sepáis que me da igual que utilicéis este blog para dormiros en una noche de profundo insomnio. No me importa, yo seguiré con mis historias del abuelo cebolleta.
La primera anécdota es sobre el tráfico y la circulación. En las islas, en cualquier isla, la relación espacio-tiempo se rige por otras reglas, por lo que hay momentos en los que no tienes prisa y dejas tu coche (o camión) bloqueando una calle durante una hora y nadie se queja (literal y cierto) o te entran las prisas y circulas a 100 km/h en una calle en la que no se debería ir a más de 30. Todo es posible.
Y como todo es posible, te contagias. Te contagias hasta de cómo aparcar.
Isabel cogió el coche un día, fuimos a un centro comercial (imaginaros, centro comercial, una veintena de plazas de aparcamiento libre) y fue y aparcó así:
Coño, que no hay prisas, apárcalo bien.
Hizo las pertinentes maniobras y, por lo menos, dejó de ocupar parte de la plaza de minusválidos en la que había metido las ruedas delanteras la primera vez. Pero la posición del coche no terminaba de cuadrar con el dibujo del asfalto.
En fin, ¿para qué discutir? Quien manda, manda.
Os pondré algunas fotos, pero la verdad es más aconsejable que las busquéis vosotros en la red.
Sí que comentaré algunas interesantísimas anécdotas que bla-bla-blá, bla-bla-blá, bla-bla-blá. ¡Ya se me han dormido varios!; cada vez me recordáis más a mis alumnos.
Pues que sepáis que me da igual que utilicéis este blog para dormiros en una noche de profundo insomnio. No me importa, yo seguiré con mis historias del abuelo cebolleta.
La primera anécdota es sobre el tráfico y la circulación. En las islas, en cualquier isla, la relación espacio-tiempo se rige por otras reglas, por lo que hay momentos en los que no tienes prisa y dejas tu coche (o camión) bloqueando una calle durante una hora y nadie se queja (literal y cierto) o te entran las prisas y circulas a 100 km/h en una calle en la que no se debería ir a más de 30. Todo es posible.
Y como todo es posible, te contagias. Te contagias hasta de cómo aparcar.
Isabel cogió el coche un día, fuimos a un centro comercial (imaginaros, centro comercial, una veintena de plazas de aparcamiento libre) y fue y aparcó así:
Coño, que no hay prisas, apárcalo bien.
Hizo las pertinentes maniobras y, por lo menos, dejó de ocupar parte de la plaza de minusválidos en la que había metido las ruedas delanteras la primera vez. Pero la posición del coche no terminaba de cuadrar con el dibujo del asfalto.
En fin, ¿para qué discutir? Quien manda, manda.
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