Sólo hay un pero. El día del cumpleaños de la niña. Ese día dejas de ser el objeto de todas las atenciones y te conviertes en el objeto de todas las miradas. Y no sólo eso.
Primero te miran. En silencio al principio.
Luego siempre hay alguien que golpea los barrotes para ver si sigues vivo. Niño, no des golpes, que si estuviera muerto no me tendrían en esta jaula. Si no te mueves, malo, porque siguen golpeando hasta que lo hagas; si te mueves, peor, porque no van a dejar de hacerlo durante horas y cada vez más fuerte.
Cuando ya te han despertado, que no sé qué gracia tiene eso para ellos, quieren que comas. Y pobre de ti si acabas de hacerlo; si no comes de motu propio, ellos se encargarán de atiborrarte hasta que tu estomago comience a girar por la cantidad y variedad de lo que te han hecho tragar.
El colofón vendrá cuando alguien tenga la genial idea de vestir a la mascota. Niños, vamos a ver; si Dios hubiese querido que nos vistiésemos, nos hubiera dotado de esa capacidad. ¿Habéis visto alguna ballena con falda o algún león con una camiseta que rece “I love my mammy”? ¿No? Pues eso, que los animales y la ropa no nos llevamos muy bien.
Al final del día, somnolientos, empachados y sudados terminaremos en algún rincón de la casa. Entonces alguien nos verá y dirá, “Pobrecito, no se encuentra bien. Seguro que se aburre”, y se empeñará en mantenernos despiertos aunque nuestros párpados se empeñen en cerrarse. O “seguro que tiene hambre”, y nos meterá a presión cualquier resto de comida que encuentre por el suelo. O “seguro que tiene frío”, y nos seguirá vistiendo con guirnaldas, faldas hawaianas y gorritos de fiesta.
Cuando por la noche la niña nos vuelve a meter en nuestra jaula, vemos que ha merecido la pena el sacrificio y que seguimos teniendo la profesión más chollo de este planeta.
Me lo permitiréis. Hoy tocaba.
1 comentario:
GRAX TIO :) xD
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