Es curioso lo mucho que podemos llegar a complicarnos la vida.
Con lo fácil que sería simplemente disfrutar de cada momento, preferimos darle vueltas a lo que podrá ser o no, independientemente de si tiene opciones de convertirse en realidad o no.
Si sólo nos preocupásemos de vivir cada momento como irrepetible que es y no buscásemos culpables alrededor, conseguiríamos hacernos la existencia más fácil tanto a nosotros, como a los que nos rodean, que, por norma general, son los más interesados en que nos vaya bien, son a los que más les importamos y deberían ser los que más nos importan. Y eso lo olvidamos con demasiada facilidad.
Por ejemplo, hoy Esperancita tiene el día dulce a costa de Albertito. Ha preferido cambiar una estabilidad de partido a costa del pequeño placer de hacer morder el polvo a su contrincante y adversario (no digo correligionario y amigo). Por su lado, él prefiere mostrarse dolido y casi borrarse del partido en lugar de tragar sapos por el bien común.
A todo esto, Marianín se vende a la mejor postora por un puñado de chuches, sin pensar en que haberse mantenido firme le podría haber dado la llave de La Moncloa. Pero, ¿qué valor tiene una llave frente a unos chuches?
Es lo que digo, más que vivir el día a día, hay que vivir el momento.
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