Por una extraña asociación de ideas (que por supuesto no comparto, o quizás sí), ante cualquier comentario sobre casos reales que conozco de alcaldes de pequeñas localidades, la gente comenzaba a asociarlos con personajes conocidos de la esfera pública nacional.
Por ejemplo, cuando dije que conocía por referencias un estómago agradecido al que el cargo le venía grande, pero que lo habían puesto ahí mafiosos garrulos que hacían y deshacían a su antojo y que cuando se sentían ninguneados daban un puñetazo en la mesa y no dudaban en cargarse a quien pasase por allí, que era un mentiroso compulsivo que intentaba quedar bien con la gente a los que sus amos mafiosos avasallaban, que si no fuera por lo grave del asunto, su patetismo sería hasta graciosillo, pero que no dejaba de ser un bufón de medio pelo y que se mantenía de lo que pirateaba a base de sobornos más o menos encubiertos, la gente respondió casi unánime que me refería al etarra Otegui.
Hombre, patético es, pero en este caso los tiros (maldita metáfora) iban por otro lado.
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