Después salió otro; en este caso es curioso como asociamos una palabra a una persona, sin darnos cuenta de que nadie tiene patentes sobre el diccionario.
En este caso, el estómago agradecido en cuestión había llegado hasta donde estaba porque en su momento supuso un revulsivo respecto a lo que había y los que lo auparon hasta ahí vieron que, a pesar de sus muchas limitaciones, sería un buen gancho electoral; él también era consciente de sus limitaciones y por eso se plegaba a las directrices que le venían impuestas, procurando contentar a los de arriba y no dudando en cambiar de criterio si así se lo pedían (o imponían). Tampoco dudaba en mentir cuando había que justificar esos cambios de criterio y salvar a sus mentores, jurando y perjurando que siempre había mantenido esa misma postura (ay, hemerotecas benditas); cuando se le preguntaba sobre estas claras contradicciones se excusaba en su talante y en que estaba obligado a atender todas las posturas para lograr lo mejor para la ciudadanía. Esta justificación de lo injustificable lo convierte en uno de los bufones más, más, más … incatalogables del reino. En fin, sus medidas económicas tampoco es que dejasen ninguna duda sobre sus intenciones, favoreciendo a sus amigos con las joyas de la corona y legislando a su favor siempre que podía; piratería de altos vuelos. ¿Por qué hubo quién pensó en el presidente Zapatero?
A Zapatero no le conozco, difícilmente puedo hablar de quien no tengo argumentos para valorarlo. ¿O puede que sí los tenga?
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