Cuando más confiado estás, viene la cruda realidad y ¡zas! colleja que te llevas.
Yo estoy contento porque veo progresos en mi alemán (para mí es un progreso importante que no me cuelen pescado por ciervo en la comida, o que me pongan otra cerveza cuando ya voy medio bolinga y lo que quiero es irme a casa a dormir la mona). Para eso necesito saber lo que me están diciendo, y evidentemente me lo dicen en alemán.
No hablas realmente buen español hasta que no eres capaz de mantener una conversación telefónica con un madrileño como Javier. Ahí es donde te das realmente cuenta de lo complicado que puede llegar a ser tu idioma materno.
No hablas realmente buen inglés hasta que no eres capaz de mantener una conversación telefónica con un negro de Nueva York.
Y no hablas realmente buen alemán hasta que no eres capaz de integrarte en una conversación con 9 bávaras y mantenerla hasta el final de la noche.
Eso me pasó ayer. Al volver al hotel me encontré que varias de las chicas de la oficina estaban tomando una cerveza en el Biergarten del hotel. Nos saludamos y me dijeron que tomase algo con ellas. Hablamos un poco y seguimos con conversaciones triviales. Evidentemente se conocen desde niñas y aunque hacían el esfuerzo de mantenerme en la conversación hablando un alemán razonablemente bueno y pausado, la raza les salía y se arrancaban a hablar ese bávaro del demonio que tienen por aquí. La conversación se encendió y se olvidaron de que el españolito estaba ahí.
Evidentemente no entendí nada. Sí, palabras por aquí y por allá. Nada para seguir la conversación. Intentaba meter baza para dejar de ser invisible, pero cuando conseguía entender algo y lanzarme, la conversación iba por otros derroteros.
La cabeza comenzaba a darme vueltas, y no era por la cerveza. Es increíble lo escandalosas que pueden llegar a ser las alemanas del sur. Ríete tú de las gaditanas.
Cuando estaba ya a punto de entrar en estado catatónico, la policía desde España me llamó por teléfono. Estaba tardando; tanto tiempo rodeado de chicas jóvenes no podía traer otra cosa.
Como todas las cosas, esta es una cuestión de necesidad. Si no estuviera casado, hablaría bávaro.
Yo estoy contento porque veo progresos en mi alemán (para mí es un progreso importante que no me cuelen pescado por ciervo en la comida, o que me pongan otra cerveza cuando ya voy medio bolinga y lo que quiero es irme a casa a dormir la mona). Para eso necesito saber lo que me están diciendo, y evidentemente me lo dicen en alemán.
No hablas realmente buen español hasta que no eres capaz de mantener una conversación telefónica con un madrileño como Javier. Ahí es donde te das realmente cuenta de lo complicado que puede llegar a ser tu idioma materno.
No hablas realmente buen inglés hasta que no eres capaz de mantener una conversación telefónica con un negro de Nueva York.
Y no hablas realmente buen alemán hasta que no eres capaz de integrarte en una conversación con 9 bávaras y mantenerla hasta el final de la noche.
Eso me pasó ayer. Al volver al hotel me encontré que varias de las chicas de la oficina estaban tomando una cerveza en el Biergarten del hotel. Nos saludamos y me dijeron que tomase algo con ellas. Hablamos un poco y seguimos con conversaciones triviales. Evidentemente se conocen desde niñas y aunque hacían el esfuerzo de mantenerme en la conversación hablando un alemán razonablemente bueno y pausado, la raza les salía y se arrancaban a hablar ese bávaro del demonio que tienen por aquí. La conversación se encendió y se olvidaron de que el españolito estaba ahí.
Evidentemente no entendí nada. Sí, palabras por aquí y por allá. Nada para seguir la conversación. Intentaba meter baza para dejar de ser invisible, pero cuando conseguía entender algo y lanzarme, la conversación iba por otros derroteros.
La cabeza comenzaba a darme vueltas, y no era por la cerveza. Es increíble lo escandalosas que pueden llegar a ser las alemanas del sur. Ríete tú de las gaditanas.
Cuando estaba ya a punto de entrar en estado catatónico, la policía desde España me llamó por teléfono. Estaba tardando; tanto tiempo rodeado de chicas jóvenes no podía traer otra cosa.
Como todas las cosas, esta es una cuestión de necesidad. Si no estuviera casado, hablaría bávaro.
Cuando no lo estaba, me movía por ambientes hispanos.
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