Otra de las cosas que recuerdo de mi escapada al torneo de Pilzen es el viaje en sí. 300 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta para mí, que no me gusta conducir.
Según la Guía Campsa la ciudad está a 230 kilómetros de aquí, según mi cuentakilómetros hice 600. Y esto no quiere decir que los de Campsa no hayan hecho un buen trabajo.
Salí según el plano por una carretera comarcal bastante decentilla, siguiendo el valle del Altmühl, atravesando aldeas bávaras, pasando bajo castillos colgados de las montañas, ... Y ahí mi primera sorpresa; encontré una señal de tráfico que no habría visto en mi vida: una señal de límite de velocidad a 60 km/h ... para tanques. Cágate, lorito. Es que me encuentro por la carretera un tanque que viene hacia mí y lo que menos me preocupa es que venga a 60 km/h, lo que me preocupa es que venga.
El siguiente hito era Regensburg, la ciudad de la lluvia, o sea, lo normal aquí. ¿Hay algún pueblo en España que se llame Villasol?, yo al menos no lo conozco; pues aquí hay una Ciudadlluvia, como si eso fuera algo raro.
Una ciudad que me han dicho que es muy bonita, pero de la que sólo conozco sus alrededores, los de un lado y los del otro, porque tenía que rodearla por el norte y lo hice por el sur, así que cuando ya me había pasado más de 20 km me tocó hacer un cambio de sentido y desandar lo andado.
Hasta Pilzen llegué bien. Lento pero seguro; yo ahí a mis 120 km/h en un país donde el límite está a 250. Cuando me adelantó el twingo comencé a preguntarme si no estaba un poquito fuera de lugar.
Al llegar a la ciudad tenía que rodearla y entrar por Ejpovice, que tiene nombre de feria erótica, pero que en realidad es un pueblo en las afueras de la ciudad de la cerveza. No me preguntéis cómo lo hice, el caso es que cuando me dí cuenta estaba otra vez en la autovía de vuelta para Alemania.
Malo será, pensé, me meto por la siguiente entrada y ya está.
La siguiente entrada estaba a más de 10 km, por lo que el plano que tenía ya no servía para nada. Además me metí en una urbanización en obras, así que la mitad de las calles estaban cortadas.
Como pude me orienté por las chimeneas de las fábricas y logré llegar a algún punto de la ciudad.
Vale, estoy en una ciudad que no conozco, cuyo idioma no conozco, pocos de cuyos habitantes hablan un idioma medianamente inteligible, con un plano impreso en el que no se leen los nombres de las calles (y aunque se leyeran, no sabría pronunciar consonantes con tilde) y para colmo no sé a dónde voy. A todo esto, ya era la hora de comienzo del torneo.
Es curioso porque además en estas ciudades del este apenas hay gente por las calles; coches sí, muchos y destartalados, pero gente poquita. Acerqué el coche a la acera y le pregunté a una señora que paseaba el perro, o el perro la paseaba a ella. La situación era como cuando algún turista extranjero perdido pasa por Los Hinojosos y le pregunta a los abueletes que están tomando el sol en la plaza que por dónde se va a Villasol. Pánico es lo que había en la cara de esa mujer (en la de los abueletes de La Mancha hay cachondeo; en eso son un poco distintos). El caso es que la mujer sacó fuerzas de donde no había, se armó de valor y me explicó cómo llegar. Me lo explicó en checo, claro. Sólo saqué en claro que tenía que seguir adelante y luego doblar a la derecha. Malo será, pensé.
Luego le pregunté a otro colega, a otra señora, a otra chica, a una pareja a la que desautorizó una mujer que, ésta sí, hablaba algo de alemán, llegué a un semáforo en rojo para doblar a la izquierda en el carril en el que estaba yo, y después de que los otros carriles pasasen varias veces por el rojo y por el verde éste aún seguía en rojo, me metí en el casco histórico, volví a salir, volví a entrar y volví a salir, volví a pasar por delante del semáforo que aún seguía en rojo y el mismo coche que había estado delante de mí parado seguía allí, pacientemente esperando a que se pusiese en verde, ...
Poco a poco parecía que me iba acercando. O no, porque cuando llevas una hora dando vuelta ya todo te parece conocido.
Finalmente me indicaron que era seguir la calle recta y un taxista me lo confirmó.
Cuando llegué y vi los palos de lacrosse, casi se me saltan las lágrimas. Una hora tarde, pero allí estaba. Ya habíamos perdido el primer partido; menos mal que llegó el revulsivo que necesitaba el equipo, un tío que llevaba tres horas desquiciado en un coche, y el equipo remontó.
Luego busqué aparcamiento para por la noche; me dijeron que no era necesario, que era una ciudad segura, pero unos jugadores de Passau me dijeron que ellos habían venido los dos años anteriores con coches y que cada año les habían robado uno, por eso esta vez habían ido en tren.
Hala, ponte de nuevo a callejear por la ciudad. Además, el aparcamiento estaba en una calle en obras (puñetero Gallardón, ya ha llegado hasta aquí) y sólo había una señal de prohibido el paso y un cartel en checo en el que se leía algo que parecía poner "policía". A la tercera vuelta a la manzana no me quedó más remedio que pasar; todo puede ser que me detengan. Pero no, era ahí. Ahora ponte a hablar con un abuelete checo que chapurrea algo de alemán que cuánto cuesta, que si se puede pagar con tarjeta, porque a todo esto me fui sin coronas checas, que si es seguro, ... Bueno, me convence para dejarlo, paso, aparco y veo que el abuelete viene corriendo porque había aparcado en una zona del aparcamiento que no me correspondía. Hala, vuelve a sacar el coche y apárcalo bien.
A la mañana siguiente no me fiaba del aparcamiento, aparte de que el colchón del hotel tenía cuatro dedos contados de espesor y era peor que dormir en el suelo, así que a las 6 ya era de día y me fui a por el coche. El abuelete seguía allí, dentro de la cabina, durmiendo sentado y con los brazos cruzados. Me dio pena despertarlo, pero necesitaba mi coche. Nos tratamos con una cordialidad como si nos conociéramos de toda la vida. No aceptaban tarjeta, pero me cobraron en euros. Os recomiendo ese sitio, por 5 euros puedes dormir tranquilo.
Después del torneo me volví a Beilngries. Esta vez sí cogí bien el desvío de Ejpovice, bueno, lo cogí como la primera vez, en dirección a Alemania.
En la frontera para ir no me pidieron nada, pero para volver casi le disparan al coche porque me salté el control, Spanier, Spanier, gritaba yo mientras ellos me apuntaban con el cetme.
Volvieron a adelantarme la mayoría de los coches que circulaban por allí, volví a perderme en Regensburg, volví a desandar lo andado, entré bien, pero volví a perderme esta vez por las montañas (incluso creo que el twingo volvió a estar detrás de mí, pero esta vez con tanta curva no tuvo posibilidad de adelantarme). Finalmente llegué al hotel. Al bajar del coche estuve tentado de arrodillarme a besar el suelo, y lo hubiera hecho de no ser porque había llovido y era un barrizal y sobre todo porque tenía agujetas hasta en las yemas de los dedos y si me agachaba, ahí me quedaba; tendrían que haber llamado a una grúa para levantarme.
Total: 150 kilómetros más que la Guía Campsa.
Moraleja 1.- no hay que tener miedo a lo desconocido; al final sale razonablemente bien.
Moraleja 2.- nene, prepárate mejor las cosas, que un día la vas a liar.
Y conclusión: a todos aquellos que en algún momento habéis pensado en hacer un regalo útil, no lo dudéis, en dos palabras: G PS, o dicho de otra manera GP S. Habladlo con la persona a la que se lo vayáis a regalar, porque hay muchos modelos y con muchas aplicaciones, y seguro que está dispuesto a colaborar para conseguir uno mejor. Seguro que acertáis; dejaros de corbatitas, pulseritas y demás chorradas: GPS.
Según la Guía Campsa la ciudad está a 230 kilómetros de aquí, según mi cuentakilómetros hice 600. Y esto no quiere decir que los de Campsa no hayan hecho un buen trabajo.
Salí según el plano por una carretera comarcal bastante decentilla, siguiendo el valle del Altmühl, atravesando aldeas bávaras, pasando bajo castillos colgados de las montañas, ... Y ahí mi primera sorpresa; encontré una señal de tráfico que no habría visto en mi vida: una señal de límite de velocidad a 60 km/h ... para tanques. Cágate, lorito. Es que me encuentro por la carretera un tanque que viene hacia mí y lo que menos me preocupa es que venga a 60 km/h, lo que me preocupa es que venga.
El siguiente hito era Regensburg, la ciudad de la lluvia, o sea, lo normal aquí. ¿Hay algún pueblo en España que se llame Villasol?, yo al menos no lo conozco; pues aquí hay una Ciudadlluvia, como si eso fuera algo raro.
Una ciudad que me han dicho que es muy bonita, pero de la que sólo conozco sus alrededores, los de un lado y los del otro, porque tenía que rodearla por el norte y lo hice por el sur, así que cuando ya me había pasado más de 20 km me tocó hacer un cambio de sentido y desandar lo andado.
Hasta Pilzen llegué bien. Lento pero seguro; yo ahí a mis 120 km/h en un país donde el límite está a 250. Cuando me adelantó el twingo comencé a preguntarme si no estaba un poquito fuera de lugar.
Al llegar a la ciudad tenía que rodearla y entrar por Ejpovice, que tiene nombre de feria erótica, pero que en realidad es un pueblo en las afueras de la ciudad de la cerveza. No me preguntéis cómo lo hice, el caso es que cuando me dí cuenta estaba otra vez en la autovía de vuelta para Alemania.
Malo será, pensé, me meto por la siguiente entrada y ya está.
La siguiente entrada estaba a más de 10 km, por lo que el plano que tenía ya no servía para nada. Además me metí en una urbanización en obras, así que la mitad de las calles estaban cortadas.
Como pude me orienté por las chimeneas de las fábricas y logré llegar a algún punto de la ciudad.
Vale, estoy en una ciudad que no conozco, cuyo idioma no conozco, pocos de cuyos habitantes hablan un idioma medianamente inteligible, con un plano impreso en el que no se leen los nombres de las calles (y aunque se leyeran, no sabría pronunciar consonantes con tilde) y para colmo no sé a dónde voy. A todo esto, ya era la hora de comienzo del torneo.
Es curioso porque además en estas ciudades del este apenas hay gente por las calles; coches sí, muchos y destartalados, pero gente poquita. Acerqué el coche a la acera y le pregunté a una señora que paseaba el perro, o el perro la paseaba a ella. La situación era como cuando algún turista extranjero perdido pasa por Los Hinojosos y le pregunta a los abueletes que están tomando el sol en la plaza que por dónde se va a Villasol. Pánico es lo que había en la cara de esa mujer (en la de los abueletes de La Mancha hay cachondeo; en eso son un poco distintos). El caso es que la mujer sacó fuerzas de donde no había, se armó de valor y me explicó cómo llegar. Me lo explicó en checo, claro. Sólo saqué en claro que tenía que seguir adelante y luego doblar a la derecha. Malo será, pensé.
Luego le pregunté a otro colega, a otra señora, a otra chica, a una pareja a la que desautorizó una mujer que, ésta sí, hablaba algo de alemán, llegué a un semáforo en rojo para doblar a la izquierda en el carril en el que estaba yo, y después de que los otros carriles pasasen varias veces por el rojo y por el verde éste aún seguía en rojo, me metí en el casco histórico, volví a salir, volví a entrar y volví a salir, volví a pasar por delante del semáforo que aún seguía en rojo y el mismo coche que había estado delante de mí parado seguía allí, pacientemente esperando a que se pusiese en verde, ...
Poco a poco parecía que me iba acercando. O no, porque cuando llevas una hora dando vuelta ya todo te parece conocido.
Finalmente me indicaron que era seguir la calle recta y un taxista me lo confirmó.
Cuando llegué y vi los palos de lacrosse, casi se me saltan las lágrimas. Una hora tarde, pero allí estaba. Ya habíamos perdido el primer partido; menos mal que llegó el revulsivo que necesitaba el equipo, un tío que llevaba tres horas desquiciado en un coche, y el equipo remontó.
Luego busqué aparcamiento para por la noche; me dijeron que no era necesario, que era una ciudad segura, pero unos jugadores de Passau me dijeron que ellos habían venido los dos años anteriores con coches y que cada año les habían robado uno, por eso esta vez habían ido en tren.
Hala, ponte de nuevo a callejear por la ciudad. Además, el aparcamiento estaba en una calle en obras (puñetero Gallardón, ya ha llegado hasta aquí) y sólo había una señal de prohibido el paso y un cartel en checo en el que se leía algo que parecía poner "policía". A la tercera vuelta a la manzana no me quedó más remedio que pasar; todo puede ser que me detengan. Pero no, era ahí. Ahora ponte a hablar con un abuelete checo que chapurrea algo de alemán que cuánto cuesta, que si se puede pagar con tarjeta, porque a todo esto me fui sin coronas checas, que si es seguro, ... Bueno, me convence para dejarlo, paso, aparco y veo que el abuelete viene corriendo porque había aparcado en una zona del aparcamiento que no me correspondía. Hala, vuelve a sacar el coche y apárcalo bien.
A la mañana siguiente no me fiaba del aparcamiento, aparte de que el colchón del hotel tenía cuatro dedos contados de espesor y era peor que dormir en el suelo, así que a las 6 ya era de día y me fui a por el coche. El abuelete seguía allí, dentro de la cabina, durmiendo sentado y con los brazos cruzados. Me dio pena despertarlo, pero necesitaba mi coche. Nos tratamos con una cordialidad como si nos conociéramos de toda la vida. No aceptaban tarjeta, pero me cobraron en euros. Os recomiendo ese sitio, por 5 euros puedes dormir tranquilo.
Después del torneo me volví a Beilngries. Esta vez sí cogí bien el desvío de Ejpovice, bueno, lo cogí como la primera vez, en dirección a Alemania.
En la frontera para ir no me pidieron nada, pero para volver casi le disparan al coche porque me salté el control, Spanier, Spanier, gritaba yo mientras ellos me apuntaban con el cetme.
Volvieron a adelantarme la mayoría de los coches que circulaban por allí, volví a perderme en Regensburg, volví a desandar lo andado, entré bien, pero volví a perderme esta vez por las montañas (incluso creo que el twingo volvió a estar detrás de mí, pero esta vez con tanta curva no tuvo posibilidad de adelantarme). Finalmente llegué al hotel. Al bajar del coche estuve tentado de arrodillarme a besar el suelo, y lo hubiera hecho de no ser porque había llovido y era un barrizal y sobre todo porque tenía agujetas hasta en las yemas de los dedos y si me agachaba, ahí me quedaba; tendrían que haber llamado a una grúa para levantarme.
Total: 150 kilómetros más que la Guía Campsa.
Moraleja 1.- no hay que tener miedo a lo desconocido; al final sale razonablemente bien.
Moraleja 2.- nene, prepárate mejor las cosas, que un día la vas a liar.
Y conclusión: a todos aquellos que en algún momento habéis pensado en hacer un regalo útil, no lo dudéis, en dos palabras: G PS, o dicho de otra manera GP S. Habladlo con la persona a la que se lo vayáis a regalar, porque hay muchos modelos y con muchas aplicaciones, y seguro que está dispuesto a colaborar para conseguir uno mejor. Seguro que acertáis; dejaros de corbatitas, pulseritas y demás chorradas: GPS.
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