Llegamos a Munich a una hora prudencial, a eso de las 9. Varias alternativas desde la estación central; la mejor, tranvía hasta Harras (y no precisamente de cerveza) y ahí transbordo. El que diseñó las conexiones de la estación de Munich con los tranvías o estaba borracho o tenía muy mala baba. Media hora buscando el puto andén y al final no lo encontramos.
Plan B; en lugar de tranvía, cogemos directamente el metro, línea 1 hasta Marienplatz y ahí trasbordo, pasando por la Poccistraße (po cí, como su propio nombre indica) hasta la parada de nombre impronunciable que en el ranking de fonetica alemana se pronuncia con mucha saliva. El que diseñó las conexiones de la estación de Munich con el metro o era el mismo joputa que diseñó las conexiones con el travía o era su hermano. En cualquiera de los dos casos, la madre tiene que tener una otitis de camello de tanto que le pitan los oídos.
Otra media hora. Pero esta vez sí la encontramos.
A las 10 de la noche llegamos a casa, un caserón enorme en una zona residencial que no debe estar a más distancia que Alvarado de la Puerta del Sol, con la diferencia de que en Alvarado son edificios de miniapartamentos de 80 años y aquí son chalets con piscina.
Nuestra habitación estaba en el sótano, una habitación que durante años había utilizado el como pisito de soltero, amueblada con una barra de bar, sofás y, para la ocasión, con algunos colchones en el suelo. Colchones sobre tablas, supongo para que hiciesen de flotador, porque otra cosa no tienen las casas alemanas, y sobre todo los sótanos, pero humedad, como para regar media España.
Pero daba igual, estábamos en Munich, éramos jóvenes, teníamos ganas de juerga y ... Y cuando me di cuenta, Isabel se había dejado caer en uno de los colchones y había entrado en estado de shock morfeico. Ni le había dado tiempo a quitarse las gafas.
En fin, Munich la nuit, otra vez será.
A lavarme los dientes, apagar la luz y soñar con los angelitos.
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