Este sábado mi mujer se clavó una astilla durante el partido de lacrosse.
No tengo ni idea de cómo pudo hacerlo, juega con guantes y su palo es de aluminio. El caso es que al terminar el partido empezó a notar cómo le molestaba la mano y una minúscula pinta negra asomaba en la yema de su dedo pulgar.
Al llegar a casa me dijo que el dolor la estaba matando. Por vergüenza torera no me pidió que la llevase a urgencias; bueno, por vergüenza torera y porque tenía hambre y todos sabemos cómo funciona el sistema sanitario madrileño, que antes agarra y te nace un olmo en el pulgar que te atienden y te sacan la astilla; en urgencias de un hospital nació el bonsái que tengo en casa. Por cierto, vaya pelao que le he metío al arbolejo este fin de semana; me parezco al primo de mi padre cuando me rapó los tirabuzones de pequeño, así me ha quedado la cabeza, con pelo de esparto y calvas desde los 4 años.
Bueno, que divago.
Cogió una de esas pinzas que tienen las mujeres y que usan cuando están enfurruñadas para amenazarnos con depilarnos mientras dormimos e intentó agarrar el elemento extraño. Evidentemente, mi mujer es de letras y de física sabe lo justito; no sabe, por ejemplo, que si el objeto es diminuto difícilmente lo va a conseguir asir con una pinza mil veces mayor, sobre todo si está por debajo de la piel. ¿Qué esperaba, que cuando la astilla se viese amenazada por ese pedazo de autobús se rindiese y saliese sola?
Fui al costurero, desinfecté una aguja (niños, esto no intenten hacerlo en sus casas) y me dispuse a extraer la espina.
Cuando la cogí con mi mano, ya noté que estaba temblando. Cuando acerqué la aguja, empezó a chillar.
- Niña, si ni siquiera te he tocado, que la aguja está a medio palmo de tu dedo. Como sigas así va a venir Policía a ver que pasa.
Lo que no tengo seguro es si hubieran venido los de Asuntos Sociales por si era un cabronazo pegando a la mujer o los de Medio Ambiente pensando que estaba organizando una matanza ilegal. Joé, los cochinos de mi pueblo no te dejan sordo; ella, sí.
Al principio estaba frente a ella, pero sus gestos, sus manos crispadas, las dos, la que tenía la espina y la otra, su respiración y sus gritos me estaban empezando a dar mal rollo, y a todo esto la punta de la aguja apenas había rozado su piel.
Era en el pulgar de la mano derecha, así que pasé su brazo por debajo de mi brazo derecho, de modo que quedó detrás de mí. Pensé que si no veía la operación, se tranquilizaría.
¡Una leche se va a tranquilizar! Al menos delante no me gritaba a la altura del oído.
Empecé a levantar la piel alrededor de la astilla, apenas unas células.
- Tranquila, que esto no duele.
Me equivoqué; sí, sí que duele. Bueno, a ella no sé, pero a mí sí que me empezó a doler cuando clavó sus uñas en mi hombro izquierdo. Claro que eso no fue exactamente dolor si lo comparamos con lo que sentí cuando me clavó sus dientes en mi hombro derecho. A todo esto, seguía chillando, la puñetera.
Ahí la tenía, encaramada a mi chepa, gritando como una posesa mientras se pegaba como una sanguijuela; que digo yo, ¿cómo podía morder y gritar al mismo tiempo? Las mujeres son capaces de hacer cosas increíbles.
No me quedaba más remedio: o aceleraba la operación o me arrancaba medio hombro de un mordisco.
Como pude, saqué la astilla de su pulgar al tiempo que arrancaba mi hombro de sus fauces y mi alma de la boca del infierno, porque estaba a punto de gritar tal barbaridad que ni en veinte años de vida de ermitaño Dios me hubiese podido perdonar.
Allí estaba ella, suspirando como un perrete, mientras se miraba el pulgar herido.
¡Por Dios, si ni siquiera salió sangre! Fue una intervención tan limpia, la espina era tan superficial, que sólo necesité retirar unas capas de células para que saliese. Pero allí estaba ella, como si le hubiesen sacado el hígado con un mondadientes y sin anestesia.
Todo el fin de semana ha estado vagando como un alma en pena de aquí para allá, suspirando de dolor. Esta mañana me ha vuelto a recordar el tormento sufrido en su pulgar.
Hija, menos mal que no quieres tener hijos; no te imagino yo en un parto. Y menos, a mí a tu lado; ya he sufrido de lo que eres capaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario