En febrero de 2005 una amiga inglesa nos comentaba lo contenta que estaba por la boda en la Casa Real Británica; según sus palabras textuales, “y estoy mas contenta que nunca mas antes en mi vida para Charles and Camilla!” (si Cervantes levantara la cabeza).
En fin, como vi que le hacía tanta ilusión le dije que hablaría con tía Isabel para que le hiciera un hueco en la lista de invitados. No sirvió de mucho; y es que las tías inventadas no son como las de verdad, por eso procuro tener siempre cerca tías buenas.
El resto de comentarios fueron un poco más ácidos, del tipo: va a ser la primera vez que los novios de plástico de la tarta van a ser más guapos que los de verdad, o para esta boda entre caballos más que un cura van a necesitar un veterinario, o con esos dientes, ella sí parece un caballo, aunque él está más cerca de Dumbo; como tengan un hijo, va a salir Pegaso, sólo que en lugar de en el lomo, las alas las va a tener a ambos lados de la cabeza.
Qué fácil es despellejar a unos enamorados (aunque bien es cierto que estos han hecho méritos más que de sobra).
Esperemos que les dure el romanticismo. Nadie puede decir que fueron engañados al altar, ninguno puede pensar que después del beso los sapos se convertirían en príncipes; estos ya son de la realeza, pero es que la sangre azul nunca ha estado reñida con la fealdad (en todas sus acepciones).
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