Estuve el sábado pasado allí, antes de las celebraciones, y me encontré una zapatería bastante grande con un cartel en chino. Vaya con el chino, pensé, vaya negocio ha montado. Anduve unos centenares de metros y el mismo cartel estaba esta vez en una tienda de electrónica. No le va mal al chino. Doblando la calle vi que toda ella estaba llena de estos carteles. Coño, estos son muchos negocios para un chino, concluí. Luego vi un escenario enorme tipo pagoda y carteles que anunciaban el carnaval chino.
Es un carnaval como otro cualquiera, pero aquí consagrado cada año a China, porque a los habitantes de Dietfurt se los conoce como los chinos.
De dónde viene esta identificación es difícil de precisar, porque hace siglos que se los conoce así. Quizás sea por alguna deformación de alguna palabra bávara.
Las malas lenguas (de Beilngries, y yo me considero beilngrisiano) dicen que un emisario real vino a recaudar impuestos y se fue con las manos vacías porque los dietfutienses se parapetaron tras sus murallas. El recaudador se plantó ante el rey excusándose por la falta de ingresos alegando que se habían ocultado como los chinos tras la gran muralla.
El pueblo no es especialmente bonito, más bien tira a feo. Pero se salvan el monasterio franciscano (Franziskanerkloster), las vistas desde el calvario y las lujosas casas que, sin ser excesivamente bonitas, tienen pinta de ser muy, muy cómodas y confortables.