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  • 30 enero 2008

    080130 de exiliados XXXVIII

    La he cagado.

    La he cagado pero bien.

    Estoy hasta el cuello.

    Ya os comenté el pequeño problemilla con el jefe. Lo de tener que esperarlo con la helada y al final dejarlo a él colgado y congelado.

    El caso es que no sé si ha sido por eso. O la manzana que me comí por la tarde, que era como morder un insípido trozo de madera. O la costumbre mía de beber en todas la fuentes, manantiales, o sitio que se le parezca.

    El caso es que cuando terminaba de escribir la entrada de ayer me pegó un apretón de los de órdago, como pude subí a la habitación andando como un teletubby para no sacudirme mucho los intestinos, planté un pino por el que los de Ecologistas en Acción me hubieran puesto la medalla de honor y desde entonces estoy que me voy la patilla abajo.

    ¿Qué? ¿No me decís que os cuente lo que pasa por aquí? Pues eso es lo que pasa, que llevo todo el día con retortijones. Retortijones que han pasado media docena de veces a palabras mayores. Y eso no pasa todos los días, no, que yo soy un reloj. Esto es algo digno de ser escrito en un blog; vale, no es muy políticamente correcto, pero es una noticia comparable a cuando Bush se atragantó con una galleta, que tampoco era agradable de imaginar, pero era una noticia con enjundia. Y esta también lo es. O si no, que se lo pregunten a la taza del water, que lleva desde ayer a rebosar.

    Esto me recuerda a la primera vez que vine a Alemania. En el grupo estábamos gente de distintos países y distintas culturas e idiomas, por lo que los había más y menos espabilados, más y menos integrados. Había una española que decía que ella, en saliendo de casa, no era persona, así que se tomaba unas pastillas para poder hacer una visita al señor Roca. Las pastillas en cuestión eran una bolitas pequeñas; se tomaba un par y salía escopetada a la llamada del ilustre miembro de CiU. Tenía la costumbre de tomarlas tras la comida, no sé si era el momento más oportuno, pero por los resultados sí que parecía los más adecuados. Era tomárselas y casi tenía que saltar por encima de la mesa. La última comida que hacíamos juntos antes de iniciar cada uno un largo viaje de vuelta a casa, se tomó sus pastillas y salió corriendo hacia lo que el grupo llamaba el Putrid hole (el agujero putrefacto; evidentemente no necesita más explicación). El caso es que en el grupo había un armenio, grande como un alemán y vago como un italiano, que desconectó del grupo desde el primer día; estaba con nosotros, sí, pero como un alma en pena, ni sentía, ni padecía. El caso es que el armenio cogió las pastillas, de las que no se había percatado después de 3 semanas de cachondéo con ellas, y preguntó que qué era aquello. Antes de que nadie pudiera explicárselo, la gente no estaba mucho por darle conversación, me adelanté y le dije que eran vitaminas. Ah, vitaminas, que interesante. Sí, sí, tómate alguna, son muy efectivas, ella se toma 5 o 6 cada día. Se echó un puñado en la mano y se las tragó ante la mirada perpleja de todos los que seguíamos en la mesa. A partir de ese momento, no sólo continuó sin hablar, sino que hizo del water su habitación favorita. Y supongo que así siguió hasta que volvió a su país después de un muuuy largo viaje en tren (espero que fuera en tren, porque como fuera en autobús ...). Afortunadamente para mí, a la mañana siguiente cada uno cogimos el tren o el autobús y el armario ropero no terminó de tener claro que era lo que le había pasado y ninguno de los demás se fue de la lengua, porque si no en estos momentos sería yo el que estaría recorriendo los montes de Alemania como una veradera alma en pena.

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