Reconozcámoslo, ser de pueblo tiene muchas ventajas. Aire limpio, tranquilidad, naturaleza, …
El problema llega cuando sacas a un pueblerino de su ambiente. El choque cultural es bestial. Tanto como cuando un urbanita se empeña en ir de turismo rural y mezclarse con los campesinos.
Hace unos años, no muchos, una chica de mi pueblo se vino a Madrid. Fue a una tienda que regentaba una paisana nuestra que se había venido a Madrid unos años antes que ella.
Con toda naturalidad hablaron del pueblo, de conocidos y demás asuntos con la confianza que te da hablar con alguien que usa tu mismo registro.
Compró algunas cosas en la tienda y, tras despedirse, cuando iba a salir recordó:
- Ah, sí, que ya se me olvidaba. Ponme también unas agujetas.
- Ay, paletilla. Que no estás en el pueblo. Que no se llaman agujetas, que se llaman cordones.
Avergonzada, esta “paletilla” aprendió la lección y no volvió a equivocarse:
PREMISA PARA LOS QUE SALEN DEL PUEBLO Y SE ENCUENTRAN CON ALGÚN PAISANO.- Por regla general, el que sale del pueblo se va volviendo más gilipollas proporcionalmente a la distancia que lo separa del punto de origen, de modo que buscará cualquier motivo para diferenciarse de sus paisanos. El hablar un mismo registro le es útil mientras pueda sacarle partido y no dudará en pegar un hachazo con él también proporcional a su nivel de gilipollez.
En fin, que en mi pueblo a los cordones de los zapatos se les llama agujetas y a ninguno de mis paisanos les corregiré si utilizan palabras como sajar, sogueo, cheche, bacín, amoto, soguilletas, espizcar [ejpijcar], pizcajo [pijcajo], pecaco, cascar, cantarearse, nafra o aleaga en el correcto uso de mi pueblo, claro, y me daré por saludado si me espetan un seco ¡Eh!, sobre todo porque algunas de estas expresiones no son tan locales como pudieran parecer (y si no, que pregunten en México).
El problema llega cuando sacas a un pueblerino de su ambiente. El choque cultural es bestial. Tanto como cuando un urbanita se empeña en ir de turismo rural y mezclarse con los campesinos.
Hace unos años, no muchos, una chica de mi pueblo se vino a Madrid. Fue a una tienda que regentaba una paisana nuestra que se había venido a Madrid unos años antes que ella.
Con toda naturalidad hablaron del pueblo, de conocidos y demás asuntos con la confianza que te da hablar con alguien que usa tu mismo registro.
Compró algunas cosas en la tienda y, tras despedirse, cuando iba a salir recordó:
- Ah, sí, que ya se me olvidaba. Ponme también unas agujetas.
- Ay, paletilla. Que no estás en el pueblo. Que no se llaman agujetas, que se llaman cordones.
Avergonzada, esta “paletilla” aprendió la lección y no volvió a equivocarse:
PREMISA PARA LOS QUE SALEN DEL PUEBLO Y SE ENCUENTRAN CON ALGÚN PAISANO.- Por regla general, el que sale del pueblo se va volviendo más gilipollas proporcionalmente a la distancia que lo separa del punto de origen, de modo que buscará cualquier motivo para diferenciarse de sus paisanos. El hablar un mismo registro le es útil mientras pueda sacarle partido y no dudará en pegar un hachazo con él también proporcional a su nivel de gilipollez.
En fin, que en mi pueblo a los cordones de los zapatos se les llama agujetas y a ninguno de mis paisanos les corregiré si utilizan palabras como sajar, sogueo, cheche, bacín, amoto, soguilletas, espizcar [ejpijcar], pizcajo [pijcajo], pecaco, cascar, cantarearse, nafra o aleaga en el correcto uso de mi pueblo, claro, y me daré por saludado si me espetan un seco ¡Eh!, sobre todo porque algunas de estas expresiones no son tan locales como pudieran parecer (y si no, que pregunten en México).
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