Uno de mis primeros recuerdos es el Resucitao.
Los hombres esperaban a que acabase la misa del sábado por la noche, a eso de la medianoche, para disparar sus escopetas por aquí y por allá. No era la noche de Reyes, no, pero se palpaba cierta tensión por lo que vendría.
A las 7 de la mañana, con el alba, las campanas empezaban a repicar. Nos levantábamos deprisa e íbamos a la iglesia a la Procesión del Encuentro. Cuando llegábamos, los jóvenes ya habían sacado el Santo y corrían armando barullo por las calles. Los primeros años iba con mi madre acompañando a la Virgen, era demasiado pequeño, pero cuando ya me podía orientar por el pueblo, eso era importante porque mis cortas patillas no me permitían seguir el ritmo de las carreras, ya quería irme con el Santo.
Los jóvenes recorrían a la carrera el pueblo despertando a la gente con la buena nueva y las mujeres llevaban con ritmo pausado el otro paso hasta una de las plazas donde se produciría el encuentro. Desde allí, juntos, volvíamos a la iglesia a oír misa.
Como digo, recuerdo aunque vagamente un año en el que el tropel de gente que llevaba al Cristo entró, como siempre, a la carrera en la plaza. No sé cómo, ni por qué, me encontré delante de ellos y menos aún recuerdo cómo escapé de allí, salté o alguien me cogería o empujaría. La descarga de adrenalina fue tremenda. Creo que mi madre no se enteró, pero a partir de ese año empecé a correr con el Resucitao.
La cosa fue cambiando; algunos dicen que degenerando. Primero fue meter el Santo en la discoteca; no creo que fuese tan mala idea, recogía a la gente y salíamos todos para el encuentro. La mano izquierda tenía la forma apropiada para encajarle un cigarro entre los dedos y con las ligas del Barça de los años 90 llegué a verlo con una bufanda del Barça al cuello. Amén de varias caídas en las carreras, un año se rompieron las andas y hubo que requisar un carro.
Cada vez el Cristo iba llegando más tarde al encuentro, no porque Jesús se lo estuviese pasando bien, que mal no se lo pasaba, sino porque era un modo de transgredir en un pueblo para pocas revoluciones. Los últimos años el retraso era insultante y el colmo fue cuando la Guardia Civil tuvo que ir a rescatarlo a la ermita, donde los que lo portaban se habían hecho fuertes, o más que fuertes, débiles, porque tenían una borrachera tal que no podían devolverlo al pueblo.
El cabreo del cura fue monumental y desde entonces se ató en corto a los que portaban el paso y se colocaban carabinas que velasen por integridad del Santo y que se recogiese a tiempo con su madre.
La madrugada del domingo la pasé en vela para ir a la iglesia. Estuvimos en el pub, rodeados de quinceañeros borrachos o camino de estarlo antes de que despuntara el día.
A las 7 comenzaron a sonar las campanas y atendí a la llamada. Recuerdo la iglesia de antaño llena a rebosar; había que ir con tiempo si no querías quedarte sin sitio. Ahora el paisaje es bien distinto, apenas un puñado de viejas y algún que otro hombre salpican los bancos. Próximo a la cuarentena era yo el más joven de los feligreses. A la hora de coger las andas los 4 más próximos se vieron en el compromiso de coger al Santo, mientras que algún otro nos acercamos por solidaridad. Al salir de la iglesia, tomamos dirección este, mientras que las mujeres se encaminaron a la plaza por el oeste con la Virgen.
Nuestra comitiva era más bien triste, un puñado de hombres entrados en años y carnes, de los que uno algo mayor que yo se tiró todo el trayecto tirando petardos del Todo a 100. Los de atrás de vez en cuando tiraban algo más y arrempujaban a los de delante. Los de delante, algo paticortos, apenas daban para seguir el ritmo, por lo que el paso, además de destartalado y con mal tiro porque los hombres no tenían la misma altura, andaba a trompicones. En un momento dado vimos que el Santo se iba al suelo, por lo que como pude intenté ayudar soportando con la mano un poco una de las andas delanteras para aligerar el peso; el porteador que lo notó no dudó en escapar de la caída segura y soltó el anda a la carrera mientras me decía que me pusiese yo. En buena hora se me ocurrió.
Después de algo más de un kilómetro llegamos a la plaza donde ya nos esperaba la Virgen. Los menos jóvenes (lo dejaremos así), ya daban la carrera por concluida y con el resuello entrecortado se dirigían a ella. En un momento dado, uno de los cuatro, posiblemente yo, propuso escapar con el Santo. Tampoco lo pensamos mucho; es a lo que estamos acostumbrados, así que arrancamos a correr en dirección contraria a donde estaban las mujeres.
Pasamos por delante de una cuadrilla de chavales que estaban a la puerta de la panadería, esperando que abriesen para comer algo. Uno de los del paso les gritaba para que se uniesen a nosotros, con toda seguridad yo no. Eran los que se habían estado poniendo ciegos toda la noche en el pub, así que de haberse acercado lo único que hubiésemos conseguido es que nos potaran encima.
Dimos otra vuelta más por otro de los barrios y volvimos a la plaza buscando tablas; ya no estamos para estos trotes.
Seguro que estoy equivocado, seguro, pero mientras llevaba el Cristo pensé:
- Todos hemos hecho barbaridades de jóvenes, pero nada comparado con lo que estaban tomando esos críos en el pub. Supongo que sus padres duermen tranquilos para no tener que pensar lo que se están metiendo para el cuerpo sus hijos mientras tanto. Pero no soy el más indicado para hablar de hijos porque hace años que me di cuenta de que no tenía mimbres de padre y decidí no tenerlos.
- Tampoco escuché muchas risas, sólo había críos en estado catatónico y próximos al coma etílico; supongo que hemos pasado de beber para divertirnos a beber para no deprimirnos, y hay una diferencia bastante grande. Tampoco soy el más indicado para hablar de diversiones y bebida, porque ni nunca he bebido mucho, ni soy el alma de la fiesta.
- El cura y el ala dura creyeron estar en lo cierto cuando impusieron restricciones para portar las andas; a la vista de los resultados, lo único que han conseguido es que los jóvenes les den la espalda. Esto no es sólo cosa de mi pueblo. Cualquier iglesia está perdiendo fieles y ni siquiera la izquierda política hace sangre de ello porque han dejado de ser el enemigo; el poder fáctico de otros años se ha ido diluyendo en la propia inoperancia de la cúpula dirigente de la Iglesia. Nada tengo que decir al respecto, porque poco sé de cómo deben dirigir aquellos que se sienten tocados por el dedo divino.
- Hace años solía llevar un rato una de las andas de la Dolorosa, que es el paso que cierra las procesiones en mi pueblo; es un paso mediano, por lo que se necesitan al menos 8 personas para llevarlo. Era raro no encontrar a alguien que te cediese su puesto y lo dejábamos cuando alguien nos lo pedía. Fue cambiando hasta que se han organizado en vistosas cofradías con más de un centenar de miembros entre capuchinos, porteadores y demás. Que uno que no es miembro de ninguna cofradía supusiese el 25% de los porteadores del domingo da que pensar. ¿Dónde estaban todos esos que no dudan en ir descalzos o arrastrando una cruz el jueves o el viernes? Ya sé que es una semejanza tonta, pero si vas a otras procesiones y no vas a festejar que tu Dios ha resucitado es como el que va al campo a apoyar a su equipo de fútbol en partidos que va a perder seguro y luego prefiere quedarse durmiendo mientras se celebra la consecución del título de liga. En fin, que para nada soy el más indicado para hablar de religiones, porque soy un proscrito sin redención posible, condenado a un infierno en el que no creo.
Para gustos, los colores, para caprichos, los hijos, para sinsentidos, las bebidas y para devociones, la Iglesia Católica.
Los hombres esperaban a que acabase la misa del sábado por la noche, a eso de la medianoche, para disparar sus escopetas por aquí y por allá. No era la noche de Reyes, no, pero se palpaba cierta tensión por lo que vendría.
A las 7 de la mañana, con el alba, las campanas empezaban a repicar. Nos levantábamos deprisa e íbamos a la iglesia a la Procesión del Encuentro. Cuando llegábamos, los jóvenes ya habían sacado el Santo y corrían armando barullo por las calles. Los primeros años iba con mi madre acompañando a la Virgen, era demasiado pequeño, pero cuando ya me podía orientar por el pueblo, eso era importante porque mis cortas patillas no me permitían seguir el ritmo de las carreras, ya quería irme con el Santo.
Los jóvenes recorrían a la carrera el pueblo despertando a la gente con la buena nueva y las mujeres llevaban con ritmo pausado el otro paso hasta una de las plazas donde se produciría el encuentro. Desde allí, juntos, volvíamos a la iglesia a oír misa.
Como digo, recuerdo aunque vagamente un año en el que el tropel de gente que llevaba al Cristo entró, como siempre, a la carrera en la plaza. No sé cómo, ni por qué, me encontré delante de ellos y menos aún recuerdo cómo escapé de allí, salté o alguien me cogería o empujaría. La descarga de adrenalina fue tremenda. Creo que mi madre no se enteró, pero a partir de ese año empecé a correr con el Resucitao.
La cosa fue cambiando; algunos dicen que degenerando. Primero fue meter el Santo en la discoteca; no creo que fuese tan mala idea, recogía a la gente y salíamos todos para el encuentro. La mano izquierda tenía la forma apropiada para encajarle un cigarro entre los dedos y con las ligas del Barça de los años 90 llegué a verlo con una bufanda del Barça al cuello. Amén de varias caídas en las carreras, un año se rompieron las andas y hubo que requisar un carro.
Cada vez el Cristo iba llegando más tarde al encuentro, no porque Jesús se lo estuviese pasando bien, que mal no se lo pasaba, sino porque era un modo de transgredir en un pueblo para pocas revoluciones. Los últimos años el retraso era insultante y el colmo fue cuando la Guardia Civil tuvo que ir a rescatarlo a la ermita, donde los que lo portaban se habían hecho fuertes, o más que fuertes, débiles, porque tenían una borrachera tal que no podían devolverlo al pueblo.
El cabreo del cura fue monumental y desde entonces se ató en corto a los que portaban el paso y se colocaban carabinas que velasen por integridad del Santo y que se recogiese a tiempo con su madre.
La madrugada del domingo la pasé en vela para ir a la iglesia. Estuvimos en el pub, rodeados de quinceañeros borrachos o camino de estarlo antes de que despuntara el día.
A las 7 comenzaron a sonar las campanas y atendí a la llamada. Recuerdo la iglesia de antaño llena a rebosar; había que ir con tiempo si no querías quedarte sin sitio. Ahora el paisaje es bien distinto, apenas un puñado de viejas y algún que otro hombre salpican los bancos. Próximo a la cuarentena era yo el más joven de los feligreses. A la hora de coger las andas los 4 más próximos se vieron en el compromiso de coger al Santo, mientras que algún otro nos acercamos por solidaridad. Al salir de la iglesia, tomamos dirección este, mientras que las mujeres se encaminaron a la plaza por el oeste con la Virgen.
Nuestra comitiva era más bien triste, un puñado de hombres entrados en años y carnes, de los que uno algo mayor que yo se tiró todo el trayecto tirando petardos del Todo a 100. Los de atrás de vez en cuando tiraban algo más y arrempujaban a los de delante. Los de delante, algo paticortos, apenas daban para seguir el ritmo, por lo que el paso, además de destartalado y con mal tiro porque los hombres no tenían la misma altura, andaba a trompicones. En un momento dado vimos que el Santo se iba al suelo, por lo que como pude intenté ayudar soportando con la mano un poco una de las andas delanteras para aligerar el peso; el porteador que lo notó no dudó en escapar de la caída segura y soltó el anda a la carrera mientras me decía que me pusiese yo. En buena hora se me ocurrió.
Después de algo más de un kilómetro llegamos a la plaza donde ya nos esperaba la Virgen. Los menos jóvenes (lo dejaremos así), ya daban la carrera por concluida y con el resuello entrecortado se dirigían a ella. En un momento dado, uno de los cuatro, posiblemente yo, propuso escapar con el Santo. Tampoco lo pensamos mucho; es a lo que estamos acostumbrados, así que arrancamos a correr en dirección contraria a donde estaban las mujeres.
Pasamos por delante de una cuadrilla de chavales que estaban a la puerta de la panadería, esperando que abriesen para comer algo. Uno de los del paso les gritaba para que se uniesen a nosotros, con toda seguridad yo no. Eran los que se habían estado poniendo ciegos toda la noche en el pub, así que de haberse acercado lo único que hubiésemos conseguido es que nos potaran encima.
Dimos otra vuelta más por otro de los barrios y volvimos a la plaza buscando tablas; ya no estamos para estos trotes.
Seguro que estoy equivocado, seguro, pero mientras llevaba el Cristo pensé:
- Todos hemos hecho barbaridades de jóvenes, pero nada comparado con lo que estaban tomando esos críos en el pub. Supongo que sus padres duermen tranquilos para no tener que pensar lo que se están metiendo para el cuerpo sus hijos mientras tanto. Pero no soy el más indicado para hablar de hijos porque hace años que me di cuenta de que no tenía mimbres de padre y decidí no tenerlos.
- Tampoco escuché muchas risas, sólo había críos en estado catatónico y próximos al coma etílico; supongo que hemos pasado de beber para divertirnos a beber para no deprimirnos, y hay una diferencia bastante grande. Tampoco soy el más indicado para hablar de diversiones y bebida, porque ni nunca he bebido mucho, ni soy el alma de la fiesta.
- El cura y el ala dura creyeron estar en lo cierto cuando impusieron restricciones para portar las andas; a la vista de los resultados, lo único que han conseguido es que los jóvenes les den la espalda. Esto no es sólo cosa de mi pueblo. Cualquier iglesia está perdiendo fieles y ni siquiera la izquierda política hace sangre de ello porque han dejado de ser el enemigo; el poder fáctico de otros años se ha ido diluyendo en la propia inoperancia de la cúpula dirigente de la Iglesia. Nada tengo que decir al respecto, porque poco sé de cómo deben dirigir aquellos que se sienten tocados por el dedo divino.
- Hace años solía llevar un rato una de las andas de la Dolorosa, que es el paso que cierra las procesiones en mi pueblo; es un paso mediano, por lo que se necesitan al menos 8 personas para llevarlo. Era raro no encontrar a alguien que te cediese su puesto y lo dejábamos cuando alguien nos lo pedía. Fue cambiando hasta que se han organizado en vistosas cofradías con más de un centenar de miembros entre capuchinos, porteadores y demás. Que uno que no es miembro de ninguna cofradía supusiese el 25% de los porteadores del domingo da que pensar. ¿Dónde estaban todos esos que no dudan en ir descalzos o arrastrando una cruz el jueves o el viernes? Ya sé que es una semejanza tonta, pero si vas a otras procesiones y no vas a festejar que tu Dios ha resucitado es como el que va al campo a apoyar a su equipo de fútbol en partidos que va a perder seguro y luego prefiere quedarse durmiendo mientras se celebra la consecución del título de liga. En fin, que para nada soy el más indicado para hablar de religiones, porque soy un proscrito sin redención posible, condenado a un infierno en el que no creo.
Para gustos, los colores, para caprichos, los hijos, para sinsentidos, las bebidas y para devociones, la Iglesia Católica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario