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  • 20 abril 2007

    070420 de aprendices de Frankenstein

    Dios estaba de resaca cuando recibió el encargo de mis padres. No me concedió mucha inteligencia, no, más bien poca, tampoco me dotó con un cuerpo atlético, ni melena frondosa. Por no darme, ni me puso estómago, me lo sustituyó por una hormigonera.

    He procurado ir sacando provecho de mis debilidades, de algunas más que de otras, eso es cierto. Lo de mi desgarbado cuerpo hizo que me refugiase en los libros, que no son malos amigos, lo de mi incipiente calva que me ilusionase pensando que soy un adelantado a mi tiempo. Mi simpleza tiene pocas aplicaciones prácticas salvo haberla utilizado con provecho para dar pena.

    De lo único que puedo estar orgulloso es de mi hormigonera, carente de úlceras y otros problemas, al menos por ahora.

    Supongo que ha ayudado el que mi madre tuviese una tienda de comestibles. Desde muy pequeño he sido el cubo de la basura de la familia; que a mi padre no le gusta la comida recalentada, pues p’al niño, que mis hermanas decían que el cerdo engorda, pues p’al niño, que la abuela no tenía la dentadura para comer pan duro, pues p’al niño. Si hasta el perro temía por su alimento y comía sin protestar para que no me zampase yo su bote de friskies.

    En fin, con 12 años me echaron de casa y me enviaron a un internado de curas, buena gente, y que eso de la austeridad con la comida la llevaban a rajatabla, a rajatabla con nosotros, claro, que ellos sus buenos caprichitos se daban. Cinco años a pan y agua. Casi literal.

    En la Universidad me busqué un piso compartido. El plato estrella era el cocido, secundado otros días por lentejas o judías y ya, a más distancia, las paellas, tortillas de patatas y, en casos extremos, pizzas. Nuestros cocidos eran famosos; algún miércoles nos llegamos a reunir 15 personas, pobres estudiantes malnutridos todos. El plataco de callos sólo se encaramaba a la mesa en contadas ocasiones; incluso nosotros teníamos nuestros límites.

    En Inglaterra compartí casa con una chica de Bristol a la que le encantaban las vacas, no sólo para comérselas, que también, sino como mascotas. Tenía la casa inundada de vacas: peluches de vacas, saleros de vacas, cubertería de vacas, … Incluso la tostadora tenía forma de vaca. La verdad es que la entiendo; una vaca en sus manos parecía un chihuahua, un chihuahua parecería una pulga. Fue una etapa divertida en la que pasé más hambre incluso que con los curas. En realidad la palabra no es hambre; todos los que hemos estado en Inglaterra con otros españoles, y sobre todo españolas, conocemos la expresión: “Joder, ¿qué es esto? Es vomitivo. Anda, Jose, cómetelo”. Había bofetadas entre los chicos para engullir lo que a las chicas les parecía nauseabundo, no porque a nosotros no nos lo pareciera, sino porque el hambre nos obligaba a hacer de tripas corazón y tragar lo más rápido posible para no notar ni textura, ni sabor.

    Bueno, qué se puede esperar si la gran aportación de Gran Bretaña a alta cocina internacional consiste en grasientos fish and chips.

    En Alemania estuve en un ambiente más internacional, con otros estudiantes que se empeñaban en mostrarnos la potencialidad gastronómica de sus países, así que comí carne cruda de Asia, caracoles casi crudos de Francia y fruta cocinada de distintos países. Da la impresión de que en algunos países compran los libros de recetas en fascículos y luego los barajan antes de cocinar.

    Ahora en casa vuelvo a sufrir la tiranía de la mujer, en este caso de la mía. Que hace un experimento entre cazuelas y no le sale bien, pues p’al niño, que la fruta empieza a ponerse pocha, pues p’al niño, que nos vamos de viaje y hay que vaciar la nevera, pues p’al niño, que el gazpacho empieza a tener un color raro, pues p’al niño, que los yogures están caducados, pues p’al niño. Nena, por lo menos no le quites la tapa al yogur antes de dármelo para que no vea la fecha de caducidad y menos le des vueltas con la cucharilla, que después de 15 días caducado ya empieza a tener moho y estos tropezones que estoy notando, si son los bífidus, están muy creciditos, casi para hacer la mili ya. Y que sepas que aunque te las vendieran así, la manzana que me echaste ayer en el tuperware, no era manzana, que ronchaba como una patata.

    Os aviso, el día que haga crack vais a recoger vísceras hasta en el techo.

    1 comentario:

    Anónimo dijo...

    Me parto y me troncho